viernes, 15 de julio de 2011

UN MOMENTO FRENTE AL MONUMENTO

1. A lo largo de los caminos de la gente, en muchos lugares, se encuentran monumentos. Muchos de ellos hacen memoria de grandeza humana e invitan a servir la grandeza humana. Ciertos monumentos pretenden justificar barbaridades históricas; otros son expresiones de egolatría e intolerancia. Muchos monumentos, de verdad, son grandes obras de arte y los hay también de huachafería divertida. Hay monumentos de índole religiosa y no religiosa.

2. Cuando se quiere levantar un monumento para honrar a Cristo, conviene tener presente lo que él mismo opinaría al respecto. Jesús, obedeciendo plenamente a la condición humana, no cayó en las tentaciones del poder, de la fama y de la riqueza (cf Mt 4, 1-11). En la conversación con la samaritana (cf Jn 4, 1-24) Jesús relativiza lugares y edificaciones especiales y anuncia que con él “llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4, 23). El templo de Jerusalén fue construido para que allí resida y se acoja la gloria de Dios, es decir el amor y la lealtad de Dios para con su pueblo. Jesús encuentra el templo de Jerusalén convertido en ambiente de mercado y cueva de bandidos y lo limpia enérgicamente (cf Mt 21, 12-12; Jn 2, 13-22). Allí mismo, como en otros momentos, Jesús deja entrever que la señal de la salvación ofrecida a la humanidad es su cruz, su muerte y resurrección ya no ligadas ni a tiempos ni a lugares especiales.

3. Fines de julio celebraremos las fiestas patrias. Este año la celebraremos con renovada emoción y esperanza.

El Perú, para quienes lo aman y conocen, es un monumento vivo que, en primer lugar, hay que recibir y acoger con gratitud. La atracción mayor de ese monumento está plasmada en lo que mentes y manos peruanas han hecho de esta tierra. “Esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa”, escribe José María Arguedas algún día aquí en Chimbote.
Evidentemente el Perú también es un monumento por construir. Todo queda por continuar, asumir, mejorar e integrar. Precisamente aquí en Chimbote Arguedas experimentó al Perú como desencuentro de todas las razas, de todas las lenguas y de “todas las patrias”.

4. Los vaivenes en relación con las elecciones políticas durante el último año han desnudado muchas actitudes contradictorias frente a la patria, su gente y sus posibilidades. Sin embargo se va gestando en muchísima gente, joven y adulta, el deseo de ser parte activa en la construcción de la patria para todos. De hecho, todas y todos hemos recibido un don especial para servir el bien común. “Bienaventurados los pobres en el espíritu de Jesús…los no violentos…los que lloran…los que tienen hambre y sed de justicia…los misericordiosos…los limpios de corazón…los que trabajan por la paz…los perseguidos y calumniados por causa de la justicia…” (cf Mt 5, 1-12). Hay en el Perú mano de obra abundante para el monumento que es la patria.

5. Aparecida llamó a la Iglesia “a relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales” (DA 11). Fidelidad y audacia. Como discípulos de Cristo y misioneros nos recibimos del siempre Otro y somos enviados hoy hacia otros. Busquemos entonces una manera también otra para decir nuestra fe y dar testimonio de la misma “como aquel escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos y es semejante al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt 13, 52).
¡Tomemos un buen momento para pensar el monumento!