Iniciamos el año de la fe en el mes
morado
“Fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y completa la fe” (Hb 12,1)
Iniciar el año
de la fe un 11 de octubre en el Perú, significa “teñir” este año de
morado. La devoción al Señor de los
Milagros puede intensificar e iluminar el año de la fe.
El Cristo de
Pachacamilla convoca a todos, toda la nación.
“¡Conviértanse y crean en la Buena Nueva!”, grita a todos. En medio de una nube de incienso las andas
del Señor enarbolan la cruz de Cristo; una luz victoriosa y las flores más
bellas del jardín nos llaman a dejar atrás lo que lleva la muerte y a optar por
lo que alumbra vida.
1. “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo
los aliviaré” (Mt 11,28)
Un pueblo pobre y creyente da origen a la devoción del
Señor de los Milagros. Desde entonces,
todos los años, en el mes de octubre, en muchos lugares del Perú y del mundo,
muchedumbres incontables “de todas las sangres” siguen al Señor. Con gestos y palabras le señalan sus heridas,
sus enfermedades, sus pecados y sus esperanzas.
Es bueno meterse en medio de ese gentío y sentirse apretado, cercado y
empujado por un destino multitudinario.
No hay manera de ser cristianos y ciudadanos sino “entropándonos” (J.M.Arguedas)
con los pobres del país. “Todo lo que
tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado
con los pobres, reclama a Jesucristo” (DA 393).
Inserto así en la realidad de un pueblo numeroso no
tengo porqué renunciar a mi historia muy personal. Siempre seré caminante por caminos muy míos.
Soy peregrino atraído por estrellas que solo brilla para mí. Sufro de heridas que escondo y gozo de alegrías
que no logro compartir. Escuchando la oración de los muchos que me rodean,
murmuro también la mía.
2. “¡Conviértanse!” (Mc 1, 15)
La devoción al
Señor de los Milagros ha hecho de octubre el mes morado. Morado es el color de la penitencia, de la
conversión. En su convocación para el
año de la fe el papa Benedicto XV insiste mucho en la conversión. Sin conversión personal y eclesial ningún
propósito del año de la fe podrá cumplirse.
¡Ojalá no se apague en América
Latina y El Caribe la voz de Aparecida que nos urge dar fruto de conversión!.
De muchas
maneras y en muchos lugares el documento de Aparecida nos apremia a convertir
nuestra relación con Cristo en “un encuentro personal y comunitario con
Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros” (DA 11). No puede haber encuentro dichoso con Jesús
sino por la oración fervorosa, la meditación asidua de su Palabra y el
reconocimiento gozoso del Señor en los sacramentos.
En el año de
la fe alumbremos este “nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la
desilusión y la acomodación al ambiente” (DA 362). “Redescubramos la alegría y la belleza de ser
cristianos” (DA 14).
En el año de
la fe “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral,
que implica escuchar con atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo
a las iglesias a través de los signos de los tiempos en los que Dios se
manifiesta” (DA 366).
En el año de
la fe miremos nuestra realidad con los ojos del buen samaritano (Cf Lc 10,
29-37) y ayudémonos mutuamente a profesar “la fe que actúa por el amor (Gal
5,6) y se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y acción que cambia
toda nuestra vida” (Benedicto XVI).
3. “Levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,
32).
Jesús en la cruz, la pascua del Señor, su muerte y
resurrección son centrales en el lienzo del Señor de los Milagros. La Carta a los Hebreos nos exhorta a mantener
“nuestros ojos fijos en Jesús, el que inicia y completa la fe” (Hb 12, 1). Jesús inicia el camino de la fe en comunión
plena con el Padre y el Espíritu Santo; de condición divina se despoja de su
rango; obedece a la condición humana hasta la muerte en la cruz; por eso Dios
lo exalta y le da el nombre que está sobre todo nombre (Cf Fil 2, 5-11).
Jesús, por su muerte y resurrección, es acontecimiento
vivo y permanente de salvación. Cristo,
por su pascua, completa nuestra fe. “Si
alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí” (Jn 7, 37). Para los que creen, Jesús en la cruz es manantial
vivo del Espíritu Santo; de su corazón abierto mana el agua que “nos convierte
en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Cf Jn 4, 1-14). Aquí hay que renacer (Cf Jn 3, 1-8). ¡Déjate
atraer por el levantado en alto!
Expresa tu fe como puedes; como la mujer con
hemorragias que intenta tocar la orla del manto de Jesús; como Zaqueo que se
sube al árbol para ver a Jesús; como el paralítico que reconoce: “No tengo a
nadie”; como el ciego que suplica: “Haz que yo vea”; como el publicano al fondo del templo que
dice: “Ten compasión de mi que soy un pecador”; como el centurión pagano que
nos hace orar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra
tuya bastará para sanarme”; como el leproso que ruega con delicadeza: “Si quieres, puedes limpiarme”; como el padre de familia desesperado que
grita: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe…”
La devoción al Señor de los Milagros, al iniciarse el
año de la fe, puede ser la gran oportunidad para “crecer en la fe creyendo”.