lunes, 8 de octubre de 2012

Fijos los ojos en Jesús


Iniciamos el año de la fe en el mes morado


“Fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y completa la fe” (Hb 12,1)

Iniciar el año de la fe un 11 de octubre en el Perú, significa “teñir” este año de morado.  La devoción al Señor de los Milagros puede intensificar e iluminar el año de la fe.

El Cristo de Pachacamilla convoca a todos, toda la nación.  “¡Conviértanse y crean en la Buena Nueva!”, grita a todos.  En medio de una nube de incienso las andas del Señor enarbolan la cruz de Cristo; una luz victoriosa y las flores más bellas del jardín nos llaman a dejar atrás lo que lleva la muerte y a optar por lo que alumbra vida.


1.   “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré” (Mt 11,28)

Un pueblo pobre y creyente da origen a la devoción del Señor de los Milagros.  Desde entonces, todos los años, en el mes de octubre, en muchos lugares del Perú y del mundo, muchedumbres incontables “de todas las sangres” siguen al Señor.  Con gestos y palabras le señalan sus heridas, sus enfermedades, sus pecados y sus esperanzas.  Es bueno meterse en medio de ese gentío y sentirse apretado, cercado y empujado por un destino multitudinario.  No hay manera de ser cristianos y ciudadanos sino “entropándonos” (J.M.Arguedas) con los pobres del país.  “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres, reclama a Jesucristo” (DA 393).

Inserto así en la realidad de un pueblo numeroso no tengo porqué renunciar a mi historia muy personal.  Siempre seré caminante por caminos muy míos. Soy peregrino atraído por estrellas que solo brilla para mí.  Sufro de heridas que escondo y gozo de alegrías que no logro compartir. Escuchando la oración de los muchos que me rodean, murmuro también la mía.


2.   “¡Conviértanse!” (Mc 1, 15)

La devoción al Señor de los Milagros ha hecho de octubre el mes morado.  Morado es el color de la penitencia, de la conversión.  En su convocación para el año de la fe el papa Benedicto XV insiste mucho en la conversión.  Sin conversión personal y eclesial ningún propósito del año de la fe podrá cumplirse.  ¡Ojalá  no se apague en América Latina y El Caribe la voz de Aparecida que nos urge dar fruto de conversión!.

De muchas maneras y en muchos lugares el documento de Aparecida nos apremia a convertir nuestra relación con Cristo en “un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros” (DA 11).  No puede haber encuentro dichoso con Jesús sino por la oración fervorosa, la meditación asidua de su Palabra y el reconocimiento gozoso del Señor en los sacramentos.

En el año de la fe alumbremos este “nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión y la acomodación al ambiente” (DA 362).  “Redescubramos la alegría y la belleza de ser cristianos”  (DA 14).

En el año de la fe “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta” (DA 366).

En el año de la fe miremos nuestra realidad con los ojos del buen samaritano (Cf Lc 10, 29-37) y ayudémonos mutuamente a profesar “la fe que actúa por el amor (Gal 5,6) y se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y acción que cambia toda nuestra vida”  (Benedicto XVI).


3.      “Levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

Jesús en la cruz, la pascua del Señor, su muerte y resurrección son centrales en el lienzo del Señor de los Milagros.  La Carta a los Hebreos nos exhorta a mantener “nuestros ojos fijos en Jesús, el que inicia y completa la fe” (Hb 12, 1).  Jesús inicia el camino de la fe en comunión plena con el Padre y el Espíritu Santo; de condición divina se despoja de su rango; obedece a la condición humana hasta la muerte en la cruz; por eso Dios lo exalta y le da el nombre que está sobre todo nombre (Cf Fil 2, 5-11).

Jesús, por su muerte y resurrección, es acontecimiento vivo y permanente de salvación.  Cristo, por su pascua, completa nuestra fe.  “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí” (Jn 7, 37).  Para los que creen, Jesús en la cruz es manantial vivo del Espíritu Santo; de su corazón abierto mana el agua que “nos convierte en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Cf Jn 4, 1-14).  Aquí hay que renacer (Cf Jn 3, 1-8). ¡Déjate atraer por el levantado en alto!

Expresa tu fe como puedes; como la mujer con hemorragias que intenta tocar la orla del manto de Jesús; como Zaqueo que se sube al árbol para ver a Jesús; como el paralítico que reconoce: “No tengo a nadie”; como el ciego que suplica: “Haz que yo vea”;  como el publicano al fondo del templo que dice: “Ten compasión de mi que soy un pecador”; como el centurión pagano que nos hace orar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”; como el leproso que ruega con  delicadeza: “Si quieres, puedes limpiarme”;  como el padre de familia desesperado que grita: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe…”


La devoción al Señor de los Milagros, al iniciarse el año de la fe, puede ser la gran oportunidad para “crecer en la fe creyendo”.