miércoles, 14 de septiembre de 2011

INCLUIR : ALGO MUY CRISTIANO


En el Perú y más allá de sus fronteras, “inclusión” se está haciendo una palabra de moda. Una palabra en sí muy significativa puede gastarse, desvirtuarse y banalizarse, cuando es usada sin autoridad, de una manera reduccionista.

“Inclusión” es una palabra de una densidad humana y cristiana extraordinaria. Merece ocupar en el vocabulario, en la oración y en la acción pastoral de los discípulos y misioneros un lugar privilegiado.

1. Una experiencia inscrita en tu ser e historia

¿Cómo no recordar esta alegría vital, cuando siendo niño otros te buscaban y te incluían en el juego? ¿Cómo no recordar a esta gran maestra que, ante una situación de fracaso escolar y desaliento, se te acercó y con mirada, gestos y palabras inclusivas te decía: “Tú también puedes”? ¿Cómo no recordar mi llegada al Perú, a San Juan de Lurigancho, a Caja de Agua, cuando la acogida, la hospitalidad y la cordialidad incluían a este extranjero y me hacían bailar huayno y hablar en idiomas? ¿Cómo no recordar la inclusión que sentías cuando te pagaban el salario merecido, cuando el justo juez te rehabilitaba, cuando reconocían tus méritos, cuando se terminaba una larga rencilla y tu “enemigo” te perdonaba. Todos sabemos de inclusión y exclusión.

2. La inclusión no se compra

En estos días, de mayor preocupación por un reparto equitativo de ganancias estatales y empresariales, se menciona con frecuencia la dimensión económica de la inclusión. Por cierto, significa poner el dedo en la llaga. No habrá dignidad, ni salud, ni educación, ni paz, si los pobres y los pueblos marginados del país no tienen acceso a medios materiales y económicos. Pero, incluir es más que satisfacer necesidades económicas; “el ser humano no vive solo de pan”. El carismático primer alcalde de Villa El Salvador, Michel Azcueta, lo expresa de una manera existencial y sentida: “Pienso que lo principal es que consideremos al Perú como la casa de todos, donde todos se sienten dueños, donde todos se sienten a gusto en cada rincón, donde podemos repartirnos responsabilidades mutuas, donde todos nos podemos sentar a la mesa a la hora de comer y donde todos podemos educarnos y desarrollar nuestras propias potencialidades en beneficio propio y de los demás, y con todo ello ampliar la casa, haciéndola más grande y hermosa”.

3. Nuestro Dios es inclusivo

Recordemos los grandes hitos de la historia de la salvación: En un afán de compartir Dios crea a los seres humanos, según su imagen y semejanza, libres para amar; llama por su nombre a Abraham, Moisés, David, Jeremías, María, Pedro, a ti y a mí; ve la aflicción de su pueblo, escucha sus gemidos y lo acompaña en el camino de la liberación; celebra una alianza de amor y fidelidad con su pueblo y le da normas para que sea feliz; se hace Dios con nosotros en Cristo Jesús y en su Iglesia.

4. Jesús viene para incluir, “para buscar y salvar lo perdido”

“La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente del que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cf. Lc. 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la samaritana (cf. Jn 4, 1-26)”.

5. “Redescubramos la belleza y la alegría de ser cristianos” (cf. DA 14)

El documento de Aparecida es un llamado insistente a vivir el encuentro con Cristo como gracia que nos incluye en el amor del Padre y como misión que incluye a los excluidos de las alegrías y bellezas de este mundo. “La Iglesia de Dios en América Latina y El Caribe es sacramento de comunión de sus pueblos. Es morada de sus pueblos; es casa de los pobres de Dios. Convoca y congrega a todos en su misterio de comunión, sin discriminaciones ni exclusiones por motivos de sexo, raza, condición social y pertenencia nacional. Cuanto más la Iglesia refleja, vive y comunica ese don de inaudita unidad, que encuentra en la comunión trinitaria su fuente, modelo y destino, resulta más significativo el incisivo su operar como sujeto de reconciliación y comunión en la vida de nuestros pueblos” (cf. DA 524).

Para terminar, déjenme recordar que la Eucaristía es por excelencia el sacramento de la inclusión. En ella la palabra de Dios viene para “acampar” en medio de nosotros; en la comunión “el modo de ser de Jesús pasa en nosotros”; la participación en la Eucaristía nos compromete para un estilo de vida inclusiva. “La Eucaristía nos solo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser signo e instrumento no solo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano” (cf. MND 27).