Jesús es nuestro camino, su ley nuestro bien y la celebración de su
alianza con nosotros nuestro manantial de vida.
1. Volver a Jesús.
Si esta consigna te huele a banalidad y “déjà vu”, estás perdido y
seguirás rezando sin alma y seguirás llenándote de “cachivaches”
pastorales. Volver a Jesús nos convoca a dar una calidad nueva a nuestra relación
con él, a buscar un encuentro vivencial con él, a dejarnos arrastrar por
él, a escogerlo como camino que nos desenrede de tantas traiciones de lo
humano.
¡Sigamos a Jesús por los caminos de Galilea. Miremos todo drama humano
con los ojos de Jesús. Como él sintamos compasión. Escuchemos con paciencia las
historias de los sufridos. Como Jesús
animemos la fe de quienes quieren levantarse, hablar, participar, comer y
jugar!
Volver a Jesús consiste en “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio
para que broten nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión,
signos más elocuentes, palabras cargadas de renovados significado para el mundo
actual” (EG 11).
2. Volver al proyecto de
Jesús, el Reino de Dios.
Los evangelios han sido escritos para suscitar
discípulos y seguidores de Jesús. Lo primero
que se aprende de Jesús en los evangelios no es un credo, no es una doctrina,
no es un sistema religioso, sino un estilo
de vida: una manera de estar en el mundo, una manera de reaccionar frente a
la realidad, una manera de involucrarse en lo que acontece, una manera de
denunciar lo inhumano y de rescatar lo humano, una manera de obedecer a Dios,
una manera de revelar “el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”.
Según el Papa Francisco el estilo
de vida de Jesús ha de ser el nuestro: “Jesús mismo es el modelo de la
opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo…Cautivados por
ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad; compartimos la vida
con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente
con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos
con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo,
codo a codo con los demás” (EG 269).
3. Volver a comunidades
y familias de Jesús.
Preguntarse en medio de nuestra cruda realidad y en medio de nuestra
Iglesia debilitada: “¿Cuál es el mejor plan pastoral para la Diócesis de
Chimbote?”, me parece discusión bizantina. No hay plan pastoral que no diga: “Se trasmite la fe, se celebra la fe y se
practica la fe en comunidades de fe”.
La comunidad de comunidades es el horizonte y el norte de todo espacio y
de toda tarea pastoral.
El documento de Aparecida, ese preludio latinoamericano de la Evangelii Gaudium, en todos los tonos,
nos invita a construir comunidades
cristianas atractivas.
Recordemos las virtudes que convierten una comunidad cristiana en foco
de fe y evangelización:
a. La comunidad cristiana promueve el encuentro
vivencial de familias y personas con Cristo en la escucha de la Palabra de
Dios, en la celebración de los sacramentos y en el amor mutuo (DA 158).
b. Es escuela de formación de laicos,
“hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres
del mundo en el corazón de la Iglesia” (DA 209-215).
c. Vive la opción preferencial por
los pobres, porque convoca a pobres en su seno y confiere a esa opción
preferencial por los pobres la significación cristológica y transversal que
tiene en todo el quehacer pastoral de la Iglesia (DA 396-398).
d. Es escuela de formación permanente en la fe y prepara cuadros para las diversas tareas pastorales (DA 365-372).
e. Es vitalmente este lugar donde “la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción: como Cristo atrae a
todos a sí con la fuerza de su amor” (DA 159).