martes, 13 de diciembre de 2016

“No tengan miedo, pues les anuncio una gran alegría” (Lc. 2,10)



“No tengan miedo” 

a.  Los pastores en la campiña de Belén tenían miedo. No solo por el alboroto y los relámpagos durante aquella noche que desde entonces llamamos “noche buena”.  El miedo era compañero del caminar diario de estos pastores.  Tenían miedo de los poderosos y de sus servidores.  Tenían miedo de ir al pueblo, donde eran mal vistos y despreciados.  Tenían miedo, cuando un hijo o un miembro de su familia se enfermaba seriamente.  Tenían miedo de los abigeos de arriba y de abajo.  Tenían miedo uno del otro.  Tenían miedo que se pierda uno de sus animalitos. Tenían miedo de la ley que no les amparaba.  Tenían miedo de Dios que los tenía castigados. 

b.  Hoy el miedo destroza muchas vidas. 

Los continuos bombardeos sobre los pocos barrios todavía habitados en Alepo de Siria infunden un miedo que impide respirar, conversar, dormir, pensar y prever el mañana.

El miedo salta de los ojos de los refugiados amontonados en esa embarcación frágil que surca las aguas del Mediterráneo.  Los sobrevivientes enfrentarán con miedo miradas que no les dan la bienvenida, controles severos, idiomas desconocidos, demoras insoportables en largas colas, un futuro más que incierto.
                  
Bertolt Brecht, en uno de sus famosos cuentos, hace preguntar un juez a un detenido temblando de miedo: “¿Quiere usted declarar bajo juramento religioso o civil?”  El detenido contesta: “Yo no tengo trabajo”.

También en Chimbote hay gente que a ciertas horas, por miedo, no sale a la calle o no duerme hasta que todos hayan regresado a casa.

Se tiene miedo de decir la verdad, de prestar un libro, de denunciar deberes y derechos, de nadar contra la corriente…

c.   Reconoce que tienes miedo: Hay inseguridades sembradas en tus genes. En muchas vidas se dan experiencias que deprimen.  La imperante competividad y rivalidad son fuentes de miedo.  Hay miedo, cuando la enfermedad seria golpea tu vida o la de un ser querido.  El pecado puede tener sus secuelas de miedo.  Tu muerte o la del ser querido suele provocar miedo. 

Pues, haz el inventario de tus miedos y opta por una fe que venza al miedo.

         
“Les anuncio una gran alegría”

a.  “El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande.  Habitaban en oscuro país de la muerte, pero fueron iluminados… los has colmado de alegría…pues el yugo que soportaban y la vara sobre sus espaldas, el látigo de su capataz, tú los quiebras…Porque un niño nos ha nacido…: consejero admirable, Dios fuerte y siempre Padre, príncipe de la paz” (Cf. Is 9,1-6).

El poeta Antonio Machado pregunta:
“Di, ¿por qué acequia escondida,
agua vienes hasta mí,
manantial de nuestra vida
de donde nunca bebí?”.  

Dios, para acercarse a nosotros, se hace pequeño, frágil y dependiente como un niño recién nacido, expuesto a la intemperie, sometido al sentido y sin sentido de las leyes del lugar, compartiendo nuestras inseguridades y padeciendo nuestros miedos.

“El cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo…se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. (Cf. Flp 2,5-11).

b.  Jesús mantendrá con fidelidad el rumbo señalado por su nacimiento en Belén.

Lo implementará durante los largos años de silencio y convivencia con los humildes de este mundo en Nazareth.  El encuentro con él siempre significará un renacimiento: lo experimentan los enfermos, los pecadores, los oprimidos y buscadores de vida verdadera. 

c.  Jesús crucificado comparte el miedo y la soledad más grandes del corazón humano.  “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46).  En la cruz su nacimiento iniciado en Belén alcanza plenitud: “El levantado en alto es el Yo soy” (Jn 8,28): el Dios que vive y hace vivir.  “El levantado en alto” atraerá a todos hacia él” (Jn 12,32).

¡Alegrémonos! Jesús naciendo en Belén comunica la Buena Nueva de la Salvación en primer lugar a los pobres de ese mundo: asume lo que nos da miedo; comparte nuestras inseguridades.  Pierde su vida para encontrarla.   Llora, cuando sus amigos tienen que llorar.  “No nos deja huérfanos” (Cf. Jn 14,18). “Nuestra tristeza se convertirá en alegría” (Cf. Jn 16,20).
“Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

viernes, 25 de noviembre de 2016

“Tus ojos me miran siempre y yo vivo de tu mirada”

Encontré el título en una oración de Romano Guardini.  Me sirve para decir lo que quiero decir: debemos mirarnos a nosotros mismos con misericordia; sí, tener compasión de nosotros mismos.
1. Es más que probable que las y los que hemos vivido regular tiempo, hemos pasado por trechos de vida complicados y experiencias desconcertantes.  Cada una y cada uno sabe de las realidades que, con culpa o sin culpa personal, permanecen como sombras que nos impiden amarnos a nosotros mismos. Estas sombras que marcan nuestra historia, que nos dividen, que nos quiebran, que duelen y no nos dejan caminar con viento en popa.

2. El mártir y teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, en la cárcel, compone ese maravilloso y dramático testimonio del ser humano preguntándose:
    
                                   “¿Quién soy?

     ¿Quién soy? Me dicen a menudo
     que salgo de mi celda
     sereno, risueño y firme,
     como un noble de su palacio.

     ¿Quién soy? Me dicen a menudo
     que hablo con los carceleros
     libre, amistosa y francamente,
     como si mandase yo.

     ¿Quién soy? Me dicen también
     que soporto los días de infortunio
     con indiferencia, sonrisa y orgullo,
     como alguien acostumbrado a vencer.

     ¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
     ¿O bien solo soy lo que yo mismo sé de mí?
     intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
     esforzándome por poder respirar, como si alguien
     me oprimiese la garganta,
     hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
     sediento de buenas palabras y de proximidad humana,
     temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,
     agitado por la espera de grandes cosas,
     impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
     cansado y vacío para orar, pensar y crear,
     agotado y dispuesto a decir adiós a todo.
     ¿Quién soy? ¿Este o aquél?
     ¿Soy hoy este, mañana otro?
     ¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,
     y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?

     ¿O bien, lo que aún queda en mí semeja el ejército batido
     que se retira desordenado ante la victoria que tenía segura?
     ¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí. 
     Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, oh Dios.
    
3. Es impactante el grito de Pablo en Rm 7,14-25: “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco…no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”.  Se confrontan dolorosamente en Pablo la bondad de la ley de Dios y el poder del pecado: “Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí”.  Desde esta “tirantez” fundamental en cada ser humano Pablo anhela ser revestido de la justicia que gratuitamente le ofrece Cristo, su Salvador.  “Allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia” (Rm 5,20).

4. Jesús “viene a buscar y salvar lo perdido” (Lc 19,10).  Viene para que “tengamos vida y vida en abundancia” (Cf Jn 10,10).  Libera a María de Magdala de sus siete demonios que la hostigan y amenazan su libertad (Cf Mc 16,9).  Jesús toma la iniciativa de ir al encuentro del Leví (Cf Mt 9,9-13) y de Zaqueo (Cf Lc 19,1-10) que lo esperaban y buscaban para levantarse y ser ellos mismos.  Jesús se acerca al temido enfermo de Gerasa y lo libera de sus tormentos (Cf Mc 5,1-20).  Jesús mantiene la amistad al discípulo Pedro sacudido por conocidas incoherencias.  Los “milagros” de Jesús en los Evangelios, más que “signos y prodigios” son manifestaciones de la misericordia de nuestro Dios. “Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de la regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con generosidad por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuéramos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna”.  (Tt 3,4-7).

5. La vivencia de la fe en Cristo nos ofrece poderosas razones para integrar nuestras sombras en la luz de la misericordia que nos ilumina hoy y ahora.  Con humildad amémonos a nosotros mismos a pesar de los moretones, visibles e invisibles, que golpes, maltratos, caídas y errores han dejado en nosotros.  ¡Amémonos humildemente como nuestro Dios nos ama y porque Él nos ama!

     Todo mi pasado, lo que he padecido, lo que he hecho y omitido de hacer, permanece en la actualidad de mi vida. Mi respuesta generosa a la gracia del Señor hoy purifica y redime las sombras en mi pasado.

6. “Gratuitamente han recibido; ¡den también gratuitamente!” (Mt 10,8).   Una vida bañada en la misericordia de nuestro Dios se verificará en lo ordinario de la vida cotidiana, optará por la ecología integral que nos propone el Papa Francisco: “Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo… El amor lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir  un mundo mejor” (Laudato Si´).

7. Un cuento para terminar: Un peregrino, en pleno sol, camina por la plaza pública.  Derrepente se fija en la sombra que echa su persona y no deja de acompañarlo.  Como nunca se asusta. Empieza a correr para escaparse de su sombra. No logra liberarse de su sombra. Corre hasta derrumbarse exhausto y muerto en el suelo.

     ¿Qué hubiera debido hacer nuestro peregrino? Descansar en la sombra de un árbol frondoso. Descansar en las sombra de la Cruz de Cristo que absorbe y diluye tu sombra.
    

     Y ya que me viene a la mente la frase de un personaje en una obra de Paul Claudel, la comparto con ustedes: “Soy la promesa que no puedo cumplir”.

domingo, 9 de octubre de 2016

El Señor de los Milagros es el Señor de la Misericordia

La devoción al Señor de los Milagros, de algún modo, nos concierne a todos los que amamos al Perú, su historia y su pueblo.  Esta gran nube de incienso encima de las andas del Señor, de día y de noche, cruzando muchas épocas, guía un pueblo inmenso por caminos de liberación.  Recordemos a los incontables que, insertos en ese mar de gente de todos los tiempos, suplican: “Señor, ¡ten compasión de mí!”.


1.  Los orígenes de la devoción al Señor de los Milagros
Caminando hoy con el Señor recordemos la comunidad de esclavos africanos que en el barrio de Pachacamilla de Lima de fines del siglo XVII vincula su fe y su vida con Cristo crucificado.  Uno de ellos pinta la imagen que en muros y lienzos se difunde por el mundo. 

Recordando caigamos en la cuenta que la trata de personas permanece en el país y en muchos lugares del orbe como violación de los derechos fundamentales.  También el racismo sigue afectando la convivencia entre peruanos hoy y descaradamente se asoma en políticas de naciones famosas.  En el Perú la esclavitud fue abolida por ley en 1854, pero la condición de esclavas y esclavos persiste en muchas situaciones.  El Papa Francisco en su visita a Lesbos ha calificado la realidad de la gente en el mundo sin hogar y expulsada de su hogar como “la catástrofe humanitaria más grande desde la segunda guerra mundial”.

El barrio de Pachacamilla no queda lejos de nosotros.


2.  La mayoría en la procesión del Señor de los Milagros
San Pablo en 1 Cor 1,26-31 nos da el mejor retrato de los pobres de Lima y de otras ciudades en el país y en el mundo que caminan con el Señor de los Milagros: “¡Miren, hermanos, quienes han sido llamados!  No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza.  Ha escogido Dios más bien los necios del mundo para confundir a los sabios.  Y ha escogido Dios a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes.  Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es.  Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios.  De Él les viene que ustedes estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor”

Jesús al ver la muchedumbre que lo seguía y lo buscaba, “sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6,34).  A quien esté leyendo o meditando estas líneas, le invito a acudir a la evocación del lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios por el Papa Francisco en la Evangelli Gaudium 197 al 201.


3.  Las oraciones de los caminantes con el Señor de los Milagros
“Señor, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).
“No soy digno de que tú entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8,8).
“Señor, si tú quieres, tú puedes limpiarme” (Mt 8,2).
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3).
“Maestro bueno” ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Mt19,16)
“Con solo tocar el anda, me salvaré” (Cf.Mt 9,21).
“Maestro, que vea” (Mc 10,51).
“Señor, yo creo, pero ayuda a mi poca fe” (Mc 9,24).
“Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tú palabra, echaré otra vez las redes” (Lc 5,5).
“Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8).
“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).
“Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18,13).
“¿Cómo puede renacer un hombre ya viejo?” (Jn 3,4).
“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29).
“Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).
“Señor, tú sabes que te quiero” (Jn 21,15).


4.  “Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia” (Hb 4,16)

Cristo crucificado es la señal central en la devoción al Señor de los Milagros.  Caminar la noche en medio de esa muchedumbre inmensa y clavar con los muchos pobres tus ojos en la cruz del Señor, levantada en alto, envuelta en esa nube luminosa de incienso y continuamente homenajeada por conos de flores vivas, contribuye a una experiencia pascual, de fe en Cristo muerto y resucitado.

“No tenemos a un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.  Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para socorridos en el tiempo oportuno”. (Hb 4,15-16).

Él “levantado en alto” es el “Yo soy” (Cf.Jn 8,28), nuestro Dios que es la vida y hace vivir;  el Señor, que desde la cruz nos ofrece el don de la salvación.


“Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios.  María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno.  Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su hijo Jesús”. (MV 24).