viernes, 7 de diciembre de 2012

“Bienaventurada tú que has creído” (Lc. 1, 45)


En el año de la fe no se puede celebrar el adviento como el año pasado. Procuremos devolver a ese tiempo de espera del Salvador su densidad y fecundidad.

Jesús nació en un establo en la campiña de Belén.  Es bueno recordar en estos días de adviento que Jesús quería nacer en un lugar oscuro, desordenado, de mal olor, en todo sentido “indigno” para el nacimiento del Hijo de Dios y Salvador del mundo.  En nuestras oraciones de adviento anhelemos que Jesús nazca nuevamente en este establo que priva tanta gente de condiciones de vida digna y feliz, en este establo que no deja de ser sacudido por violencias y guerras, en este establo infectado por odios entre pueblos, culturas y religiones, en este establo que soy yo y eres tú también.

María de Nazareth ilumine nuestro adviento en el año de la fe.  Al saludarla con las palabras “bienaventurada tú que has creído”, Isabel nos la presenta como modelo de creyente. 


1.      María, esta joven de Nazareth

Compartía desde su niñez la vida de la gente de ese pueblo de Galilea.  Parece que no vivió sin interiorizar la realidad y la circunstancias que le tocó sufrir.  Ella sabe del sufrimiento que siembran “corazones altaneros”.  Ella sabe que los “poderosos en sus tronos” son culpables de la miseria de los humildes.  Según su manera de creer, “Dios colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías”. 

María y unos pocos allegados mencionados en los evangelios pertenecen al “pequeño resto fiel” de Israel que mantiene y cultiva la fe en el advenimiento del Mesías.  María reconoce en su oración y su canto que el Señor “ha puesto su mirada sobre la pequeñez de su sierva”.  En los ojos de Dios María es maravillosa, llena de gracia, elegida y destinada para una misión única.  “El mirar de Dios es amar” (San Juan de la Cruz).  María con fe sabrá responder a la mirada amorosa del Señor.


2.      “Hágase en mi según tu palabra”

Esta respuesta de María al ángel abre la puerta para que entre en nuestro mundo el Hijo de Dios, portador de la salvación.  María es la nueva Eva.  Ella inicia un nuevo linaje.  Era necesario un “sí” humano, libre y amoroso que permita que Dios se diga, se comunique y eche en Cristo un puente vivo de reconciliación.

La comunión entre Dios y la humanidad no puede imponerse.  Tiene  que ser acogida con gratitud, libertad y responsabilidad.  El Dios-con-nosotros y un estilo de vida humana animado por su ejemplo y espíritu no invaden violentamente nuestra historia.  “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

Para entrar de una manera humanizante en el ordenamiento político de nuestras convivencias, para defender los derechos de los excluídos, para despertar tantos valores humanos que dormitan en tantos corazones, para acampar en medio de nosotros, la Palabra de Dios requería el consentimiento de María.

Adviento y Navidad son el tiempo de la ternura de Dios que se hará palpable en los establos de este mundo, si con y como María decimos:  “Hágase en mi según tu palabra”.  ¡Hagamos verdad y realidad el año de la fe!


3.      La fe-fidelidad de María

La fe de María nos ofrece luz y valor en nuestras propias pruebas y dudas de fe. 

Ella alumbró al Salvador del mundo en condiciones de extrema pobreza y alimentaba su fe por lo que contaban los pastores y unos magos de oriente.

Con la ofrenda de los pobres presentó a Jesús en el templo y le advierte el viejo Simeón que su hijo será un signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de su madre.

No cabe duda que la fe de María le ayuda a educar al niño Jesús, pero también ella tenía que consentir a la creciente autonomía que Jesús empieza a reivindicar.  Durante ese largo tiempo con Jesús en Nazareth tenía que guardar y meditar muchas cosas en su corazón.

A veces María aparece cerca de Jesús durante su vida pública.  Pero ella escuchaba de sus labios y tenía que creer que el amor por el reino de Dios está encima del amor por la familia y que su propia grandeza no estaba en la maternidad biológica sino en la fidelidad en el cumplimiento de la Palabra de Dios.

María avanza en la peregrinación de la fe y la encontramos de pie debajo de la cruz de Jesús que muriendo “comparte” su madre con nosotros.

Contemplando la fe de María en este año de la fe susurremos con frecuencia una hermosa oración en el Nuevo Testamento: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. 

El adviento es tiempo de espera, de nostalgia y de anhelo de un don que no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas; un don por acoger de Dios.  “Somos una promesa que no podemos cumplir". 

lunes, 5 de noviembre de 2012

“Recordar es volver a vivir”


No cometo plagio: el tenor del título de esta meditación es patrimonio de la humanidad y contiene una de las originalidades de la fe judío-cristiana.  Me parece que expresa bien la alegría y la razón de celebrar el 50. aniversario de la Iglesia en Chimbote.

Recordamos, llevamos en nuestro corazón, lo que nos ha dado vida, lo que permanece en nuestro sentir y pensar hoy, lo que integra nuestra identidad.  Por eso, recordar experiencias vitales del pasado, implica hacerlas fecundas para nuestras vivencias hoy.

En las celebraciones de este aniversario habrá momentos para recordar hitos importantes en el camino; aquí nos preocuparemos por recordar lo que no suele recordarse.

 1.    “Has perdido tus primeros amores” (Ap 2,4) 
Los 50 años de la Iglesia en Chimbote coinciden con el grueso de la historia de esta ciudad.  “La ciudad que menos entiendo y más me entusiasma” (J.M.Arguedas) brota en pocos años de la arena de hermosas playas y según lo permiten “un rincón para mi choza, pan para mis hijos y chamba para mañana” Chimbote se ordena desordenadamente a orillas de la bahía de la Isla Blanca.  “Todas las sangres” del Perú vienen a llenar las venas de Chimbote y con ansia la quieren convertir en comunidad.  El camino será largo y arduo, emocionante y conflictivo, con impactantes experiencias de soledad y fraternidad.

En esta caleta tranquila, violentada para ser puerto cosmopolita, había y se hacía presente gente de Iglesia queriendo construir Iglesia.  Los desarraigados podían encontrar brazos que acogían, podían escuchar un buen consejo, eran invitados a integrar comunidades. Las primeras parroquias de Chimbote se esmeraban en acompañar a las familias pioneras de este asentamiento humano en su esfuerzo por echar raíces y luchar por la vida.  Celebrando las fiestas patronales de lugares de origen se brindaba calor humano y vínculos comunitarios.  Las celebraciones de los sacramentos anunciaban al Dios-con-nosotros y ofrecían una calidad de vida más allá de la dura brega en altamar, en la planta siderúrgica o la fábrica de conservas.  Se bendecía brotes y experiencias de unión entre vecinos y barrios.  Se infundió aliento para emprender la reconstrucción después del fatídico terremoto.  Los jóvenes de Chimbote, “patas saladas” entrañables, en sus parroquias, movimientos y encuentros diocesanos han dejado huellas de su vitalidad y creatividad.  Los muchos conflictos sociales encontraban eco en las celebraciones y reuniones de educación en la fe.  La Iglesia era aliada en el camino hacia más humanidad.  Esta Iglesia animaba a querer ser Chimbote.

Encuentro en los “primeros amores” de la Iglesia chimbotana luces muy inspiradoras e indispensables para la “nueva evangelización”: la autoridad de la Iglesia encarnada.

2.    Testigos de la fe en la cotidianeidad. 
Con estupor y admiración recordamos en Chimbote el martirio cruento de tres misioneros.  Entre los pastores de esta grey y en la vida religiosa, en el campo y en la ciudad, destacan figuras muy significativas y en estas celebraciones de las Bodas de Oro de nuestra Iglesia local los mencionaremos con cariño y gratitud. 

Llama la atención que en conversaciones con pobladores de Chimbote, conocedores de los pormenores de una historia de 50 años, surjan nombres propios de hombres y mujeres del pueblo que, en épocas de penurias de todo tipo, han dado testimonio luminoso del evangelio.  Es importante, mantener viva la memoria de estos profetas y testigos de la fe en la dura cotidianeidad.  Con la calidad de sus vivencias han convocado en Iglesia.

No disponemos aquí de espacio para dejarles hablar.  Ustedes, ¡háganles revivir! estaban y están en sus familias, en su barrio, en su centro de estudio, de atención médica o de trabajo.  No tenían que proclamar que eran cristianos.  Lo decían con su modo de ser y de actuar.  Lo hacían con la autoridad de quien vive arraigado en la fe y de ella se alimenta y desde ella es promotor de humanidad. 

¡Haz el recuento de tus testigos de la fe! terminarás diciendo con Jesús: “¡Bendito seas, oh Dios, por haber revelado estas cosas a los pequeños y humildes!” (cf. Mt 11, 25-30)

La nueva evangelización no podrá renunciar a los impulsos que recibe de personalidades fuertes y significativas por su fe.


3.    Volver a vivir
Celebramos las Bodas de Oro de nuestra Iglesia para mirar hacia adelante.  Nuestros “primeros amores” pueden haber perdido en intensidad; no se han apagado.  Las distracciones y los espejismos del mundo moderno pueden nublar la mirada, pero los testigos de la fe permanecen en medio de nosotros. 

En 50 años de historia padecida y vivida Chimbote ha cambiado mucho.  El panorama para la evangelización hoy es muy complejo.  Quitan luz también nuestras propias incoherencias y divisiones.

Hemos iniciado el año de la fe y con muchos en el mundo buscamos caminos para la “nueva evangelización”.  Nuevas oportunidades para acoger y decir la fe se presentarán en Chimbote: 

  • Habrá encuentros con gente de buena voluntad para defender la dignidad de toda vida humana;
  • Habrá encuentros para defender el medio ambiente como condición de vida en el futuro;
  • Habrá encuentros  para apuntalar el estado de derecho;
  • Habrá encuentros para reclamar la globalización de la solidaridad;
  • Habrá muchos encuentros y todo encuentro humano es oportunidad para ser evangelizado y evangelizar, para volver a vivir.

lunes, 8 de octubre de 2012

Fijos los ojos en Jesús


Iniciamos el año de la fe en el mes morado


“Fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y completa la fe” (Hb 12,1)

Iniciar el año de la fe un 11 de octubre en el Perú, significa “teñir” este año de morado.  La devoción al Señor de los Milagros puede intensificar e iluminar el año de la fe.

El Cristo de Pachacamilla convoca a todos, toda la nación.  “¡Conviértanse y crean en la Buena Nueva!”, grita a todos.  En medio de una nube de incienso las andas del Señor enarbolan la cruz de Cristo; una luz victoriosa y las flores más bellas del jardín nos llaman a dejar atrás lo que lleva la muerte y a optar por lo que alumbra vida.


1.   “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré” (Mt 11,28)

Un pueblo pobre y creyente da origen a la devoción del Señor de los Milagros.  Desde entonces, todos los años, en el mes de octubre, en muchos lugares del Perú y del mundo, muchedumbres incontables “de todas las sangres” siguen al Señor.  Con gestos y palabras le señalan sus heridas, sus enfermedades, sus pecados y sus esperanzas.  Es bueno meterse en medio de ese gentío y sentirse apretado, cercado y empujado por un destino multitudinario.  No hay manera de ser cristianos y ciudadanos sino “entropándonos” (J.M.Arguedas) con los pobres del país.  “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres, reclama a Jesucristo” (DA 393).

Inserto así en la realidad de un pueblo numeroso no tengo porqué renunciar a mi historia muy personal.  Siempre seré caminante por caminos muy míos. Soy peregrino atraído por estrellas que solo brilla para mí.  Sufro de heridas que escondo y gozo de alegrías que no logro compartir. Escuchando la oración de los muchos que me rodean, murmuro también la mía.


2.   “¡Conviértanse!” (Mc 1, 15)

La devoción al Señor de los Milagros ha hecho de octubre el mes morado.  Morado es el color de la penitencia, de la conversión.  En su convocación para el año de la fe el papa Benedicto XV insiste mucho en la conversión.  Sin conversión personal y eclesial ningún propósito del año de la fe podrá cumplirse.  ¡Ojalá  no se apague en América Latina y El Caribe la voz de Aparecida que nos urge dar fruto de conversión!.

De muchas maneras y en muchos lugares el documento de Aparecida nos apremia a convertir nuestra relación con Cristo en “un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros” (DA 11).  No puede haber encuentro dichoso con Jesús sino por la oración fervorosa, la meditación asidua de su Palabra y el reconocimiento gozoso del Señor en los sacramentos.

En el año de la fe alumbremos este “nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión y la acomodación al ambiente” (DA 362).  “Redescubramos la alegría y la belleza de ser cristianos”  (DA 14).

En el año de la fe “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta” (DA 366).

En el año de la fe miremos nuestra realidad con los ojos del buen samaritano (Cf Lc 10, 29-37) y ayudémonos mutuamente a profesar “la fe que actúa por el amor (Gal 5,6) y se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y acción que cambia toda nuestra vida”  (Benedicto XVI).


3.      “Levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

Jesús en la cruz, la pascua del Señor, su muerte y resurrección son centrales en el lienzo del Señor de los Milagros.  La Carta a los Hebreos nos exhorta a mantener “nuestros ojos fijos en Jesús, el que inicia y completa la fe” (Hb 12, 1).  Jesús inicia el camino de la fe en comunión plena con el Padre y el Espíritu Santo; de condición divina se despoja de su rango; obedece a la condición humana hasta la muerte en la cruz; por eso Dios lo exalta y le da el nombre que está sobre todo nombre (Cf Fil 2, 5-11).

Jesús, por su muerte y resurrección, es acontecimiento vivo y permanente de salvación.  Cristo, por su pascua, completa nuestra fe.  “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí” (Jn 7, 37).  Para los que creen, Jesús en la cruz es manantial vivo del Espíritu Santo; de su corazón abierto mana el agua que “nos convierte en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Cf Jn 4, 1-14).  Aquí hay que renacer (Cf Jn 3, 1-8). ¡Déjate atraer por el levantado en alto!

Expresa tu fe como puedes; como la mujer con hemorragias que intenta tocar la orla del manto de Jesús; como Zaqueo que se sube al árbol para ver a Jesús; como el paralítico que reconoce: “No tengo a nadie”; como el ciego que suplica: “Haz que yo vea”;  como el publicano al fondo del templo que dice: “Ten compasión de mi que soy un pecador”; como el centurión pagano que nos hace orar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”; como el leproso que ruega con  delicadeza: “Si quieres, puedes limpiarme”;  como el padre de familia desesperado que grita: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe…”


La devoción al Señor de los Milagros, al iniciarse el año de la fe, puede ser la gran oportunidad para “crecer en la fe creyendo”.