En el año de
la fe no se puede celebrar el adviento como el año pasado. Procuremos devolver
a ese tiempo de espera del Salvador su densidad y fecundidad.
Jesús nació en
un establo en la campiña de Belén. Es
bueno recordar en estos días de adviento que Jesús quería nacer en un lugar
oscuro, desordenado, de mal olor, en todo sentido “indigno” para el nacimiento
del Hijo de Dios y Salvador del mundo.
En nuestras oraciones de adviento anhelemos que Jesús nazca nuevamente
en este establo que priva tanta gente de condiciones de vida digna y feliz, en
este establo que no deja de ser sacudido por violencias y guerras, en este
establo infectado por odios entre pueblos, culturas y religiones, en este
establo que soy yo y eres tú también.
María de
Nazareth ilumine nuestro adviento en el año de la fe. Al saludarla con las palabras “bienaventurada
tú que has creído”, Isabel nos la presenta como modelo de creyente.
1.
María,
esta joven de Nazareth
Compartía
desde su niñez la vida de la gente de ese pueblo de Galilea. Parece que no vivió sin interiorizar la
realidad y la circunstancias que le tocó sufrir. Ella sabe del sufrimiento que siembran
“corazones altaneros”. Ella sabe que los
“poderosos en sus tronos” son culpables de la miseria de los humildes. Según su manera de creer, “Dios colma de
bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías”.
María y unos
pocos allegados mencionados en los evangelios pertenecen al “pequeño resto
fiel” de Israel que mantiene y cultiva la fe en el advenimiento del
Mesías. María reconoce en su oración y
su canto que el Señor “ha puesto su mirada sobre la pequeñez de su
sierva”. En los ojos de Dios María es
maravillosa, llena de gracia, elegida y destinada para una misión única. “El mirar de Dios es amar” (San Juan de la
Cruz). María con fe sabrá responder a la
mirada amorosa del Señor.
2.
“Hágase
en mi según tu palabra”
Esta respuesta
de María al ángel abre la puerta para que entre en nuestro mundo el Hijo de
Dios, portador de la salvación. María es
la nueva Eva. Ella inicia un nuevo
linaje. Era necesario un “sí” humano,
libre y amoroso que permita que Dios se diga, se comunique y eche en Cristo un
puente vivo de reconciliación.
La comunión
entre Dios y la humanidad no puede imponerse.
Tiene que ser acogida con
gratitud, libertad y responsabilidad. El
Dios-con-nosotros y un estilo de vida humana animado por su ejemplo y espíritu
no invaden violentamente nuestra historia.
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la
puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
Para entrar de
una manera humanizante en el ordenamiento político de nuestras convivencias,
para defender los derechos de los excluídos, para despertar tantos valores
humanos que dormitan en tantos corazones, para acampar en medio de nosotros, la
Palabra de Dios requería el consentimiento de María.
Adviento y
Navidad son el tiempo de la ternura de Dios que se hará palpable en los
establos de este mundo, si con y como María decimos: “Hágase en mi según tu palabra”. ¡Hagamos verdad y realidad el año de la fe!
3.
La
fe-fidelidad de María
La fe de María
nos ofrece luz y valor en nuestras propias pruebas y dudas de fe.
Ella alumbró
al Salvador del mundo en condiciones de extrema pobreza y alimentaba su fe por
lo que contaban los pastores y unos magos de oriente.
Con la ofrenda
de los pobres presentó a Jesús en el templo y le advierte el viejo Simeón que
su hijo será un signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de
su madre.
No cabe duda
que la fe de María le ayuda a educar al niño Jesús, pero también ella tenía que
consentir a la creciente autonomía que Jesús empieza a reivindicar. Durante ese largo tiempo con Jesús en
Nazareth tenía que guardar y meditar muchas cosas en su corazón.
A veces María
aparece cerca de Jesús durante su vida pública.
Pero ella escuchaba de sus labios y tenía que creer que el amor por el
reino de Dios está encima del amor por la familia y que su propia grandeza no
estaba en la maternidad biológica sino en la fidelidad en el cumplimiento de la
Palabra de Dios.
María avanza
en la peregrinación de la fe y la encontramos de pie debajo de la cruz de Jesús
que muriendo “comparte” su madre con nosotros.
Contemplando
la fe de María en este año de la fe susurremos con frecuencia una hermosa
oración en el Nuevo Testamento: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.
El adviento es
tiempo de espera, de nostalgia y de anhelo de un don que no podemos alcanzar
por nuestras propias fuerzas; un don por acoger de Dios. “Somos una promesa que no podemos cumplir".