domingo, 9 de octubre de 2016

El Señor de los Milagros es el Señor de la Misericordia

La devoción al Señor de los Milagros, de algún modo, nos concierne a todos los que amamos al Perú, su historia y su pueblo.  Esta gran nube de incienso encima de las andas del Señor, de día y de noche, cruzando muchas épocas, guía un pueblo inmenso por caminos de liberación.  Recordemos a los incontables que, insertos en ese mar de gente de todos los tiempos, suplican: “Señor, ¡ten compasión de mí!”.


1.  Los orígenes de la devoción al Señor de los Milagros
Caminando hoy con el Señor recordemos la comunidad de esclavos africanos que en el barrio de Pachacamilla de Lima de fines del siglo XVII vincula su fe y su vida con Cristo crucificado.  Uno de ellos pinta la imagen que en muros y lienzos se difunde por el mundo. 

Recordando caigamos en la cuenta que la trata de personas permanece en el país y en muchos lugares del orbe como violación de los derechos fundamentales.  También el racismo sigue afectando la convivencia entre peruanos hoy y descaradamente se asoma en políticas de naciones famosas.  En el Perú la esclavitud fue abolida por ley en 1854, pero la condición de esclavas y esclavos persiste en muchas situaciones.  El Papa Francisco en su visita a Lesbos ha calificado la realidad de la gente en el mundo sin hogar y expulsada de su hogar como “la catástrofe humanitaria más grande desde la segunda guerra mundial”.

El barrio de Pachacamilla no queda lejos de nosotros.


2.  La mayoría en la procesión del Señor de los Milagros
San Pablo en 1 Cor 1,26-31 nos da el mejor retrato de los pobres de Lima y de otras ciudades en el país y en el mundo que caminan con el Señor de los Milagros: “¡Miren, hermanos, quienes han sido llamados!  No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza.  Ha escogido Dios más bien los necios del mundo para confundir a los sabios.  Y ha escogido Dios a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes.  Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es.  Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios.  De Él les viene que ustedes estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor”

Jesús al ver la muchedumbre que lo seguía y lo buscaba, “sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6,34).  A quien esté leyendo o meditando estas líneas, le invito a acudir a la evocación del lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios por el Papa Francisco en la Evangelli Gaudium 197 al 201.


3.  Las oraciones de los caminantes con el Señor de los Milagros
“Señor, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).
“No soy digno de que tú entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8,8).
“Señor, si tú quieres, tú puedes limpiarme” (Mt 8,2).
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3).
“Maestro bueno” ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Mt19,16)
“Con solo tocar el anda, me salvaré” (Cf.Mt 9,21).
“Maestro, que vea” (Mc 10,51).
“Señor, yo creo, pero ayuda a mi poca fe” (Mc 9,24).
“Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tú palabra, echaré otra vez las redes” (Lc 5,5).
“Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8).
“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).
“Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18,13).
“¿Cómo puede renacer un hombre ya viejo?” (Jn 3,4).
“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29).
“Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).
“Señor, tú sabes que te quiero” (Jn 21,15).


4.  “Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia” (Hb 4,16)

Cristo crucificado es la señal central en la devoción al Señor de los Milagros.  Caminar la noche en medio de esa muchedumbre inmensa y clavar con los muchos pobres tus ojos en la cruz del Señor, levantada en alto, envuelta en esa nube luminosa de incienso y continuamente homenajeada por conos de flores vivas, contribuye a una experiencia pascual, de fe en Cristo muerto y resucitado.

“No tenemos a un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.  Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para socorridos en el tiempo oportuno”. (Hb 4,15-16).

Él “levantado en alto” es el “Yo soy” (Cf.Jn 8,28), nuestro Dios que es la vida y hace vivir;  el Señor, que desde la cruz nos ofrece el don de la salvación.


“Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios.  María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno.  Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su hijo Jesús”. (MV 24).