La devoción al
Señor de los Milagros, de algún modo, nos concierne a todos los que amamos al
Perú, su historia y su pueblo. Esta gran
nube de incienso encima de las andas del Señor, de día y de noche, cruzando
muchas épocas, guía un pueblo inmenso
por caminos de liberación.
Recordemos a los incontables que, insertos en ese mar de gente de todos
los tiempos, suplican: “Señor, ¡ten compasión de mí!”.
1. Los orígenes de la devoción al
Señor de los Milagros
Caminando hoy con el Señor recordemos la comunidad de esclavos
africanos que en el barrio de Pachacamilla de Lima de fines del siglo XVII
vincula su fe y su vida con Cristo crucificado.
Uno de ellos pinta la imagen que en muros y lienzos se difunde por el
mundo.
Recordando caigamos en la cuenta
que la trata de personas permanece en el país y en muchos lugares del orbe como
violación de los derechos fundamentales.
También el racismo sigue afectando la convivencia entre peruanos hoy y
descaradamente se asoma en políticas de naciones famosas. En el Perú la esclavitud fue abolida por ley
en 1854, pero la condición de esclavas y esclavos persiste en muchas
situaciones. El Papa Francisco en su
visita a Lesbos ha calificado la realidad de la gente en el mundo sin hogar y
expulsada de su hogar como “la catástrofe humanitaria más grande desde la
segunda guerra mundial”.
El
barrio de Pachacamilla no queda lejos de nosotros.
2. La mayoría en la procesión del
Señor de los Milagros
San Pablo en 1 Cor 1,26-31 nos da
el mejor retrato de los pobres de Lima y de otras ciudades en el país y en el
mundo que caminan con el Señor de los Milagros: “¡Miren, hermanos, quienes han
sido llamados! No hay muchos sabios
según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien los necios del
mundo para confundir a los sabios. Y ha
escogido Dios a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha
escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la
presencia de Dios. De Él les viene que
ustedes estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de
Dios, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la
Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor”
Jesús al ver la muchedumbre que lo
seguía y lo buscaba, “sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que
no tienen pastor” (Mc 6,34). A quien esté leyendo o meditando estas
líneas, le invito a acudir a la evocación del lugar privilegiado de los pobres
en el Pueblo de Dios por el Papa Francisco en la Evangelli Gaudium 197 al 201.
3. Las oraciones de los caminantes con
el Señor de los Milagros
“Señor, ¿dónde
vives?” (Jn 1,38).
“No soy digno de
que tú entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8,8).
“Señor, si tú
quieres, tú puedes limpiarme” (Mt 8,2).
“¿Eres tú el que
ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3).
“Maestro bueno”
¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Mt19,16)
“Con solo tocar el
anda, me salvaré” (Cf.Mt 9,21).
“Maestro, que vea”
(Mc 10,51).
“Señor, yo creo,
pero ayuda a mi poca fe” (Mc 9,24).
“Maestro, hemos
estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tú palabra,
echaré otra vez las redes” (Lc 5,5).
“Aléjate de mí,
Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8).
“Señor, enséñanos
a orar” (Lc 11,1).
“Señor, ten compasión
de mí, que soy un pecador” (Lc 18,13).
“¿Cómo puede
renacer un hombre ya viejo?” (Jn 3,4).
“¿Quién es mi
prójimo?” (Lc 10,29).
“Señor, ¿a quién
iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).
“Señor, tú sabes
que te quiero” (Jn 21,15).
4. “Acerquémonos
confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia” (Hb 4,16)
Cristo crucificado es la señal central en la devoción
al Señor de los Milagros. Caminar la noche en medio de esa muchedumbre
inmensa y clavar con los muchos pobres tus ojos en la cruz del Señor, levantada
en alto, envuelta en esa nube luminosa de incienso y continuamente homenajeada
por conos de flores vivas, contribuye a una experiencia pascual, de fe en
Cristo muerto y resucitado.
“No tenemos a un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas sino probado en todo
igual que nosotros, excepto en el pecado.
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de
alcanzar misericordia y hallar gracia para socorridos en el tiempo oportuno”.
(Hb 4,15-16).
Él “levantado en alto”
es el “Yo soy” (Cf.Jn 8,28), nuestro Dios que es la vida y hace vivir; el Señor, que desde la cruz nos ofrece el don
de la salvación.
“Al pie de la cruz,
María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de
perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha
crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo
de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva
oración del Salve Regina, para que
nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos
de contemplar el rostro de la misericordia, su hijo Jesús”. (MV 24).