Me refiero al tiempo litúrgico ordinario, pero también a lo ordinario de la mayoría de los días del año así como a una historia humana con olor de ordinariedad y a esa vida muy ordinaria que es la mía.
1. Las grandes fiestas cristianas son regalos muy preciosos. Hacen memoria de Jesús que acampa en medio de nosotros y nos comunica desde la cruz su Espíritu para que seamos fieles a la condición humana y como Él sirvamos el reino de Dios.
Tendemos a malograr la celebración de nuestras grandes fiestas religiosas por muchas ambigüedades y comprendemos a Dios que nos dice: “¡Aparta de mí el ronroneo de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!” (Amós 5, 23-24). Por eso, regresar al tiempo ordinario, muchas veces, significa regresar a la verdad.
2. La vida ordinaria pone a prueba nuestras declaraciones y afirmaciones solemnes. Sí, pienso en este momento en lo que queda como desafío para la Iglesia chimbotana después de la reciente semana pastoral diocesana: esmerarnos para que la relación con Cristo sea una experiencia vivencial; optar por un estilo de vida conforme al suyo en medio de una realidad que diariamente produce desgracia y engendra a pobres; atraer desde comunidades cristianas que hacen conocer, amar y seguir a Jesús.
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1. Las grandes fiestas cristianas son regalos muy preciosos. Hacen memoria de Jesús que acampa en medio de nosotros y nos comunica desde la cruz su Espíritu para que seamos fieles a la condición humana y como Él sirvamos el reino de Dios.
Tendemos a malograr la celebración de nuestras grandes fiestas religiosas por muchas ambigüedades y comprendemos a Dios que nos dice: “¡Aparta de mí el ronroneo de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!” (Amós 5, 23-24). Por eso, regresar al tiempo ordinario, muchas veces, significa regresar a la verdad.
2. La vida ordinaria pone a prueba nuestras declaraciones y afirmaciones solemnes. Sí, pienso en este momento en lo que queda como desafío para la Iglesia chimbotana después de la reciente semana pastoral diocesana: esmerarnos para que la relación con Cristo sea una experiencia vivencial; optar por un estilo de vida conforme al suyo en medio de una realidad que diariamente produce desgracia y engendra a pobres; atraer desde comunidades cristianas que hacen conocer, amar y seguir a Jesús.
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