1. Mirando el pan de cada día en la mesa, veo y huelo la
tierra primaveral en la chacra a la salida de mi pueblo. Con paciencia y confianza en la bondad de la
madre tierra se ha preparado este rincón del planeta para acoger la
semilla. Algo nuevo puede brotar.
Al llevar el pan a la mesa para la
Eucaristía, recordemos la humildad y la
generosidad de la tierra. En la cena
del Señor permanece la comunión con las energías cósmicas que nos preceden y
constituyen un don que posibilita nuestro ser.
2.
También veo en esta chacra a mi padre, el
sembrador. El delantal con el grano
cuelga de sus hombros; con paso medido y gesto preciso esparce la semilla.
Amemos
la presencia de los campesinos en el pan para la Eucaristía. En muchos países del mundo pertenecen a la
población pobre y marginada. Su sudor y
esfuerzo permanecen en el pan. ¡Comulguemos con los campesinos de nuestro país!
3.
He participado en muchas fiestas donde se compartía el
pan. En el compartir, en la compañía el pan cumple su vocación y
alcanza plena dignidad. La comida del
pan en compañía engendra alegría comunitaria y compromiso solidario.
El pan en la
Eucaristía no puede renunciar a su cometido de construir comunidad y de dar
testimonio de alegría. “La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues
los discípulos de Jesús serán conocidos si se aman los unos a los otros como Él
los amó” (DA 159).
4.
El pan en el hogar llama por el que está sin
hogar. No hay que invitar siempre a los
que siempre son invitados. Procuremos
invitar al que nunca es invitado.
Hagamos gozar de nuestra hospitalidad al que está solo y aislado. Darle de verdad un trozo de pan, implica
darle de nuestra propia vida.
No
hay comunidad eucarística sin recordar a los sin hogar,
sin incluir a refugiados y siniestrados,
sin tener presentes a los que deambulan por plazas y calles de la ciudad, por
caminos que bordean propiedades ajenas (cf Lc 14,15-24).
5. ¡Cuidado!
Ese pan crujiente y apetitoso en tu mesa encierra también una historia
conflictiva y realidad dolorosa. Más de
la mitad de la humanidad sufre hambre.
El pan de cada día falta en la mesa de muchos hogares. Demasiado salarios no alcanzan para que todos
los miembros de la familia se sacien de pan en el desayuno. El pan
está amasado con muchas injusticias.
Al pan destinado para el sacrificio
eucarístico se refiere también Eclesiático 34,18-22: “Dar a Dios una cosa mal
adquirida es una ofrenda sucia; los dones de los malvados no pueden agradar a
Dios. Al Altísimo no le agradan las
ofrendas de los impíos; sus pecados no serán perdonados a fuerza de
sacrificios. Ofrecer un sacrificio con
lo que pertenece a los indigentes es condenar a muerte a un hijo en honor de su
padre. El pan que mendigan es la vida de los pobres; el que se lo quita es un
asesino. Mata a su prójimo el que le
quita los medios para sobrevivir; retener el salario de un trabajador es lo
mismo que derramar su sangre”.
6.
“Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo de tu pueblo, que recibimos de tu generosidad
y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida”.
Así rezamos en la misa durante la
preparación de las ofrendas: es como
pedir al Señor de intervenir y de dar plenitud a las bondades del pan, de redimirlo
de su carga de pecado y de alimentarnos con el pan que es Vida y hace vivir, el
pan anunciado como “YO SOY EL PAN DE VIDA”.
7.
Fijémonos ahora en las evocaciones de la Eucaristía en
el relato del signo del pan en Juan 6,1-16.
Estaba cerca la fiesta de
Pascua. Mucha gente buscando alivio,
aliento, curación y de comer seguía a Jesús.
Con una mirada que pasa por los ojos y el corazón de su Padre, Jesús,
misericordioso como el Padre, contempla a la gente. Los discípulos quieren liberarse de ese pueblo
molestoso. Un niño había traído cinco
panes y dos peces. ¿Qué es eso para
tantos? Jesús es el Buen Pastor, por eso aparece mucha hierba en ese lugar. Eran cinco mil, cien veces cincuenta: densa
presencia del Espíritu que trae Jesús.
Jesús
toma los panes en sus manos de pobre que aprecian la bondad del pan y lo
quieren desvincular de un injusto acaparamiento.
Jesús
da gracias al Padre por el pan. Así
Jesús devuelve el pan a las intenciones originales del creador: administrado
según la voluntad del Padre el pan alcanza para todos y sobra.
Jesús
parte y reparte el pan. El Buen Pastor
da la vida por sus ovejas y permanecerá siempre en medio de los suyos como un
servidor.
Jesús
se escapa de las manos de quienes no entienden esta señal. Huye solo al monte, al monte de la cruz donde
dirá: “Tomen y coman: esto es mi cuerpo entregado por ustedes. Tomen y beban:
esta es mi sangre derramada por ustedes”.