1. Jesús entre los afligidos
Ø Jesús vive en Nazareth
de Galilea: un lugar privilegiado para
fijarse en el llanto y la aflicción de muchos pobres en el país. El
desamparo de ellos va llenando el corazón de Jesús y entra en su oración al
Padre.
Ø Al inaugurar su misión
en la Sinagoga de Nazareth, Jesús lo hace con las palabras de Isaías (61,1-9) que señalan a los afligidos del país y les
anuncian el consuelo de su Dios.
Ø Encontramos la
sensibilidad de Jesús frente a los afligidos, cuando pregunta al leproso o al
ciego:”¿Qué quieres que haga por ti?”
Jesús se deja conmover por las lágrimas de la pecadora en casa del
fariseo Simón (Lc 7,36-50). Se acerca a la madre desesperada por la muerte de
su único hijo y le dice: “¡No llores!” (Lc 7,11-17). Jesús mismo llora al compartir el dolor por
la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 1-44).
El Evangelio de Lucas no deja de mencionar que Jesús, al mirar la ciudad
de Jerusalén, llora porque no quiere acoger lo que significa para ella la paz
del Reino (Cf. Lc 19,41-44).
Ø No dejemos de recordar que Jesús mismo quiere ser
encontrado, reconocido y atendido en los afligidos de este mundo: “En verdad
les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me
lo hicieron” (Mt 25,40).
2. Nuestros mártires en medio de los afligidos
Ø Cuando
Sandro en Santa y Miguel y Zbigniew en Pariacoto inician su misión, la Iglesia
latinoamericana ya había celebrado sus encuentros de Medellín y Puebla,
herramientas indispensables de un misionero.
Encontramos en Puebla una evocación muy existencial de los
afligidos en el subcontinente y se plasma de una manera lapidaria su
significación teológica: un obispo
peruano, Mons. Germán Schmitz, tuvo una intervención decisiva para que en
Puebla y en las siguientes Conferencias Generales, incluida la de Aparecida, se
reconozca en el rostro de los afligidos
los rasgos, sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela (P.
27-50).
Ø “La
globalización hace emerger en nuestros pueblos nuevos rostros de pobres. Con especial atención y continuidad con la
Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los rostros de los
nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y
refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos,
enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos
mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y
violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la explotación sexual, personas
con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos
por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las
grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los
mineros. La Iglesia, con su Pastoral
Social, debe dar acogida y acompañada a estas personas excluidas en los ámbitos
que correspondan”. (DA 402)
Ø Abundan testimonios que confirman
que nuestros mártires se detenían frente a estos rostros sufrientes de Cristo. Hacían regresar la alegría a ojos apagados.
Comunicaban dignidad a vidas de mujeres
y hombres marginados. Les hacían
decir su palabra. Les apoyaban en
iniciativas sociales y educativas para que el futuro sea menos triste y menos
pesado. Acompañándoles les hacían experimentar el consuelo de Dios.
3. Pastoral con consuelo
Ø La pastoral no es para
consolar, pero pastoral que no consuela,
no es pastoral especialmente cuando se multiplican alrededor de nosotros
los rostros de Cristo sufriente.
Ø El Pastor y la pastora
que consuelan, entran en la vida de la gente por la puerta. Son esperados y
acogidos por los afligidos, porque vienen para consolar. Se toman tiempo para escuchar largos relatos
de desgracia, soportan sollozos y llanto, entienden enojo y resentimiento.
¡Qué
alegría, cuando la oveja se experimenta llamada por su nombre! Esa
mujer maltratada y marginada renace, puede contar su historia, ser
alguien. Los ojos del niño triste
vuelven a brillar. El joven frustrado y
desorientado nuevamente vuelve a soñar.
El anciano agradece la compañía.
El pecador se anima a cambiar.
El
buen pastor, la buena pastora vienen para sacar del corral, para liberar, para abrir
nuevos surcos y seguir a quien es camino, verdad y vida en abundancia.
El
buen pastor, la buena pastora dan la vida por sus ovejas. Antes de ser matados, Sandro, Miguel y Zbigniew ya eran vidas
entregadas, vidas que consuelan.
Ø Me
da vergüenza, tener que confesar que recién hoy me doy cuenta que en 2 Cor
1,3-7 San Pablo habla 10 veces de consuelo y consolar, del don y la tarea para
una Iglesia samaritana en camino: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios
de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros
consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que
nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los
sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra
consolación. Si somos atribulados,
lo somos para el consuelo de ustedes, que les hace soportar con paciencia los
mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de
ustedes; pues sabemos que, como son solidarios con nosotros en los sufrimientos,
así lo serán también en la consolación.”
Concluyendo tengamos
presente que los días 9 y 25 de agosto
celebramos el aniversario de la muerte de nuestros mártires Miguel, Zbigniew y
Sandro. También honramos la fecha del 28 de agosto
conmemorándose los 12 años de la entrega
del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). ¡Bienvenidos nosotros si en estos días nos
unimos al llanto de los muchos que extrañan a sus seres queridos arrebatados
por la violencia!
No cabe duda que los
que lloran en este mundo, aplastados y heridos por la desgracia, gozan de una autoridad que no tienen los
perdidos en la superficialidad e indiferencia. Nuestro Dios “ve la aflicción de su pueblo y
escucha sus clamores y gemidos” (cf. Ex 3,7).
Él consuela a su pueblo. Tenemos el derecho de decir lo que nos
duele y el deber de consolar al que sufre.