jueves, 21 de noviembre de 2013

SOMOS LO QUE ESPERAMOS

El año litúrgico se inicia con el adviento, tiempo precioso para activar nuestras esperas más hondas, para descubrir en ellas una huella de nuestro Dios así como la vocación de ser un don para los demás.


1.  La señora María es trabajadora de limpieza pública por la municipalidad. Envuelta en su uniforme y llevando mascarilla, barre las calles del distrito.  Prefiere no ser reconocida por nadie y no responde casi ningún saludo.  Muchos lamentan el destino de estas mujeres expuestas al polvo, al monóxido de carbono y a muchas molestias más.  Sin embargo, la señora María, detrás de la mascarilla, mantiene esa sonrisa muy suya.  Manejando con destreza la escoba y el recogedor no deja de estar en su hogar.  Ella no es esta trabajadora de limpieza que tantos ojos ven; María es esposa querida y madre adorada de tres hijos.  Para su hogar palpita su hogar.  Contribuir al logro de las vidas de sus seres queridos, es su anhelo más grande.  Su verdad está en lo que ella quiere y espera.  Es bien difícil que quepa en la vida de María un Dios, una oración y una Iglesia al margen de su anhelo más hondo.

2.  El ser humano habitado por un gran anhelo, acicateado por sus deseos, imantado por lo que espera, no es lo que aparece. Por lo que busca y espera, se precede a sí mismo. 

Mi realidad hoy puede ser una cárcel y mi situación actual un destino implacable, pero mis anhelos no están encarcelados y lo que busco y espero me da alas de libertad y vida plena.

Si ningún deseo te provoca, te quedas instalado en tu inercia.  Si ningún tesoro escondido te atrae, te quedas hundido en tu mediocridad.  Si solo la moda y la propaganda engendran y conforman tus deseos, es que otros mandan en tu persona.  Si tus anhelos han degenerado en meras satisfacciones de tu ego, has renunciado  a ser útil para el bien común.  Si ya ningún sueño moviliza tus energías, si ya no esperas nada, es que has muerto.

¡Ay de nosotros si el país y la Iglesia caen en manos de quienes no tienen deseos fuertes y santos!  Durante el adviento hagamos revisión de nuestros deseos.

3.  Para despertarnos, para dinamizar y enderezar nuestros deseos la liturgia de la Palabra durante el adviento nos propone sueños de lo imposible, sueños de lo que no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas, sueños de la belleza y plenitud de vida vividas en comunión con Dios.  El profeta Isaías, voz por excelencia del adviento, se dirige a los desterrados, oprimidos y abatidos de entonces y de hoy: de lo viejo y aparentemente sin vida va a brotar algo nuevo (cf. Is 11, 1-9); en medio de la oscuridad brillará la luz y en medio de la guerra la paz (cf. Is 9, 1-6); tendrá lugar el anhelado y feliz encuentro de todos los pueblos (cf. Is 25, 6-10); el desierto se tornará paraíso, lo débil cobrará fuerza, lo defectuoso alcanzará perfección (cf. Is 35, 1-10); un nuevo éxodo tendrá lugar (cf. Is 40, 1-11) gracias a la Palabra de Dios que no puede fracasar (cf. Is 55, 1-11).


4.  Jesús inserta su venida y su Buena Nueva en la espera del Reino, la expectativa más ardiente y movilizadora en su pueblo (cf. Mc 1, 15).  Jesús evoca lo atractivo del Reino: es como un tesoro escondido en el campo, como una perla fina (cf. Mt 13, 44-46); la semilla del Reino crece por su propio dinamismo (cf. Mc 4, 26-29); tiene la virtud de actuar como el fermento en la masa (cf. Mt 13, 33); su inicio y sus apariencias pueden ser humildes, pero será un árbol frondoso con muchas moradas (cf. Mt 13, 31-32).  Los pobres y humildes entienden los misterios del Reino (cf. Mt 5, 1-10 y 11, 25-27) y de ellos será el banquete rechazado por otros invitados (cf. Lc 14, 15-24).

     Jesús, devolviendo la salud a enfermos, ofreciendo el perdón a pecadores, alimentando a hambrientos, defendiendo la dignidad de niños y mujeres, hace experimentar el Reino como realización de grandes anhelos y cumplimiento de esperas intensas. 

5.  Jesús permanece vivo en medio de nosotros.  Siempre viene para que tengamos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).  Su pregunta a quiénes quieren ser sus discípulos siempre es la misma: “¿Qué buscan?” (Jn 1, 38).  Nuestros anhelos más caros son las antenas más seguras para captar el llamado de Jesús, para abrirnos a sus dones, acogerlos y volcarlos hacia “los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de nuestros contemporáneos” (GS 1).


     En el Adviento Jesús viene tocando con suavidad en nuestra puerta con los nudillos de su mano: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).  Si estamos atentos, con las lámparas encendidas y con grandes deseos en el corazón, podremos acoger a Jesús y celebrar Adviento.

domingo, 26 de mayo de 2013

UNA FE CON OJOS


Durante este Año de la Fe se están tomando muchas iniciativas para profundizar la doctrina de la fe, para revitalizar la celebración de los sacramentos y para hacer más significativas las manifestaciones públicas cristianas.  Todo esto es necesario e importante.
Sin embargo, no dejemos de lado el cultivo de una fe con ojos.  Esta exigencia viene desde muy lejos: en la primavera de la Iglesia se llamaba a los bautizados los iluminados.  La teología escolástica ya sabe de la “mística con ojos abiertos”.  El Concilio Vaticano II insiste en ver y escrutar los signos de los tiempos.

No vivir una fe con ojos, significa, no reconocer a Jesús y descuidar un anhelo muy afirmado en nuestro mundo moderno y secularizado que, de muchas maneras, nos dice: “Queremos ver a Jesús” (cf. Jn.12, 20-32).

1. Jesús profesa una fe con ojos
Los evangelios nos muestran a un Jesús que mira la realidad y ve en su profundidad dimensiones escondidas.  Jesús ve a Leví en su mostrador (cf.Mt 9, 9), levanta sus ojos sobre Zaqueo esperándolo en el sicómoro (cf.Lc 19, 5) y activa en ambos el deseo de conversión.  Al desembarcar, Jesús ve la muchedumbre, siente compasión y le ofrece el pan de la palabra así como el pan que calma el hambre (cf. Mc 6, 34-44).  En la samaritana a quién encuentra en el pozo de Jacob, Jesús ve mucho más que una mujer de vida irregular y representante de un pueblo herético: vibra con su sed de agua viva (cf. Jn 4, 3-43).  En el templo Jesús escoge bien el ángulo para observar e interpretar las ofrendas que se echan en el arca del tesoro (cf. Mc 12, 41-44 y Lc 21 1-4). Bien señala y describe el evangelio de Juan la mirada de Jesús sobre la mujer adúltera; desarma y despista a los acusadores y levanta una vida destrozada (cf. Jn 8, 1-12).  

Jesús el hijo de Dios, mira la realidad de los hambrientos, enfermos y encarcelados con los ojos de su Padre, “hace lo que ve hacer al Padre” (cf. Jn 5, 19).  “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9) y “cuánto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25-40).

2. Ver  y escrutar los signos de los tiempos
En Mateo 16, 1-3 Jesús reprocha a los fariseos y saduceos su incapacidad de ver y discernir los signos de los tiempos, los signos de la venida del Mesías y de la presencia del reino. “En Jesús la Palabra de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos visto su gloria, plenitud de gracia y lealtad” (cf. Jn 1-14).
En Jesucristo Dios mismo se ha implicado en nuestra realidad, vive con nosotros nuestra historia y su Espíritu ha asumido el gemido de parto de la creación entera (cf. Rm 8, 18-27).  Vaticano II recuerda esta Buena Nueva y esta Verdad y subraya para la vivencia de la fe hoy el escrutar los signos de los tiempos.  “Es deber permanente de la Iglesia, escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (GS 4).  “El pueblo de Dios, movido por la fe, en virtud de la cual cree ser conducido por el Espíritu del Señor, que llena el universo, intenta discernir en los acontecimientos, en las exigencias y en las aspiraciones de las que participa con los demás hombres de nuestra época, cuáles son los verdaderos signos de la presencia y del plan de Dios. La fe, en efecto, ilumina todas las cosas con una luz nueva” (GS 11).

Desde nuestro lugar, aquí y ahora, nuestra fe tiene que tener ojos para los movimientos sociales que se levantan para defender la dignidad de la vida, para respaldar la voz y la inclusión de pueblos marginados, para exigir transparencia y honradez en la función pública, para desterrar la corrupción en la administración de la justicia, para apoyar las iniciativas que promueven la dignidad de la mujer, para defender la vocación vital del medio ambiente, para pregonar la globalización de la justicia y de la solidaridad frente a la globalización de la economía de mercado, …

La acogida entusiasta que encuentra el Papa Francisco, en pocas semanas de pontificado, entre creyentes y no creyentes, indica que es profundo y hábil lector de los signos de los tiempos en el mundo y en la Iglesia. Vive una fe con ojos.

3. Celebrar los “sacramentos” de la cotidianidad 
Me pescó la noche, me hice viejo y lamento no haber mirado con debida atención y fe los muchos signos de Dios en mis caminos diarios por el mundo y entre los seres humanos.  Una fe joven y despierta puede encontrar en lo ordinario de cada día zarzas ardientes, pozos para descansar, bellezas por admirar, gestos por apreciar, palabras para animar, iniciativas para participar, hogares para ser acogido.  La fe de Jesús le dio una extraordinaria capacidad para observar los detalles de la vida; especialmente sus parábolas son el reflejo de una fe que dialoga con el Padre y habla del reino a partir de lo que llena los ojos.

Es cierto que no toda realidad es señal de la belleza y bondad de Dios.  Pero Dios, también desde el infierno encendido por la maldad humana, puede hablar por Maximiliano Kolbe, Etty  Hillesum y Oscar Romero.  Hoy, en una casa de Santa Cristina en Nuevo Chimbote, Julio, gravemente enfermo, responde con valentía y Betty, su esposa lo cuida con un amor que tiene su fuente en Dios mismo.

Se me acabó el tiempo y espacio.  No he querido sino anunciar una Buena Nueva: las huellas del Señor se pueden ver hoy en nuestra realidad.  “El Dios-con-nosotros” (Mt 1, 23) nos dice: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”  (Mt 28, 20).

jueves, 23 de mayo de 2013

AÑO DE LA FE CON VIENTO EN POPA


Acabamos de celebrar la Semana Santa y por 50 días el tiempo litúrgico pascual nos recordará dónde se ubica el pozo de agua viva y de dónde sopla el Espíritu Santo. No nos olvidemos: “El que no nazca del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Nuestro nacimiento no tuvo su hora, su día y su año; la fe nos pide renacer hoy, “hacernos hoy hijas e hijos de Dios” (Jn 1,14), obedecer a llamadas a la vida que nos alertan hoy, “reconocer hoy los signos de los tiempos” (Cf. Mt 16, 1-4).


1.    Un colirio para que lo pongas en tus ojos y recobres la vista” (Ap. 3,18)
El gol de Jefferson Farfán en el 88´del último clásico del Pacífico nos puede llenar de alegría y emoción. El premio internacional que destaca la gastronomía peruana puede alegrar  a todas y a todos los que cocinan y comen. El crecimiento seguido y persistente de la economía peruana puede significar mucho, especialmente para los que ya se benefician del mismo. Muchos otros logros en diversos campos pueden reclamar reconocimiento y orgullo nacional, pero no necesariamente caen como buena nueva en tierras y corazones peruanos marcados por la pobreza, la frustración y la marginación. Con los ojos de estos últimos hagamos brevemente la lectura de una señal preferentemente enviada a ellos y a nosotros en favor de ellos.

2.     Vino del fin del mundo para el mundo entero
a.     Escogió como nombre papal Francisco. Es que en San Francisco de Asís percibe su vocación y quiere proponer a la Iglesia y al mundo un camino nuevo. De hecho San Francisco de Asís, en tiempos de decadencia eclesial y de estructuras económicas que engendraban más y más pobres, inauguró un estilo de vida de identificación con el pobre y de defensa del sentido social de los bienes económicos y del medio ambiente.
b.     Escuché decir al Papa Francisco su querer de “una Iglesia pobre para los pobres”. Estas palabras ya estaban en el discurso de Juan XXIII antes de inaugurar Vaticano II. Estas palabras expresan lo central de Medellín y Puebla. Se vinculan con el grito de Juan Pablo II en Villa el Salvador: “Hambre de Dios, sí. Hambre de pan, no”. Tocó a Benedicto XVI recordar en Aparecida que la opción preferencial por los pobres es cristológica, es parte integral de la fe en Cristo Jesús.
c.      Vi al Papa Francisco rompiendo el protocolo para abrazar a un niño y acariciar a un minusválido. “El que acoge a un niño como este, a mi me acoge” (Mc 9,37). “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron” (Mt 25,40). Ya no más abuso de niños en el recinto de la Iglesia y fuera del mismo. El precio del ser humano no está en su capacidad de producción y rendimiento económico; la belleza profunda del ser humano no se ve con los ojos.
d.     Con dosis medidas el Papa Francisco simplifica algunos rituales  y se aleja de apariencias fastuosas. No puede prender de hoy a mañana la fogata que queme tantos títulos y atuendos que se han vuelto obsoletos y opacos en el mundo moderno. ¡Qué lindo sería que los distintivos broten de los misterios que nos constituyen y los evoquen y que no promuevan segregación sino comunión! Debemos salvaguardar algunas afirmaciones hermosas de Benedicto XVI sobre el valor divino y redentor de la belleza.
e.     El día de su entronización sin trono, en la fiesta de San José, el Papa Francisco habló de una Iglesia servidora y siempre atenta al mandato de Dios, disponible para caminos nuevos. ¿Habrá pensado el Papa en un modelo de institucionalidad más sinodal de la Iglesia, en una presencia más descentralizada, en una Iglesia de mayor comunión y participación?
f.       El Domingo de Ramos en su homilía el Papa Francisco quería que la palma en nuestras manos sea expresión de nuestra alegría por la venida del Señor y del envío de su Espíritu. De hecho sin alegría creída, sentida y comunicada no hay manera de ser “Iglesia que crece por atracción” (DA 159).

3.    “Ver o perecer” (Teilhard de Chardin)
Hasta ahora las “encíclicas” del Papa Francisco escritas con palabras lapidarias y gestos elocuentes que brotan del corazón del evangelio han logrado captar la atención de creyentes y no creyentes en el mundo. Urge responder a estas señales y participar con redoblado esfuerzo y aliento  en la vida de nuestra Iglesia local. “Creo, Señor. ¡Aumenta nuestra fe!”