El año litúrgico se inicia con el adviento, tiempo precioso para activar
nuestras esperas más hondas, para descubrir en ellas una huella de nuestro Dios
así como la vocación de ser un don para los demás.
1. La señora María es trabajadora de limpieza pública por la municipalidad.
Envuelta en su uniforme y llevando mascarilla, barre las calles del
distrito. Prefiere no ser reconocida por
nadie y no responde casi ningún saludo.
Muchos lamentan el destino de estas mujeres expuestas al polvo, al
monóxido de carbono y a muchas molestias más.
Sin embargo, la señora María, detrás de la mascarilla, mantiene esa
sonrisa muy suya. Manejando con destreza
la escoba y el recogedor no deja de estar en su hogar. Ella no es esta trabajadora de limpieza que
tantos ojos ven; María es esposa querida y madre adorada de tres hijos. Para su hogar palpita su hogar. Contribuir al logro de las vidas de sus seres
queridos, es su anhelo más grande. Su
verdad está en lo que ella quiere y espera.
Es bien difícil que quepa en la vida de María un Dios, una oración y una
Iglesia al margen de su anhelo más hondo.
2. El ser humano habitado por un gran anhelo, acicateado por sus deseos,
imantado por lo que espera, no es lo que aparece. Por lo que busca y espera, se
precede a sí mismo.
Mi realidad hoy puede
ser una cárcel y mi situación actual un destino implacable, pero mis anhelos no
están encarcelados y lo que busco y espero me da alas de libertad y vida plena.
Si ningún deseo te
provoca, te quedas instalado en tu inercia.
Si ningún tesoro escondido te atrae, te quedas hundido en tu mediocridad. Si solo la moda y la propaganda engendran y
conforman tus deseos, es que otros mandan en tu persona. Si tus anhelos han degenerado en meras
satisfacciones de tu ego, has renunciado
a ser útil para el bien común. Si
ya ningún sueño moviliza tus energías, si ya no esperas nada, es que has
muerto.
¡Ay de nosotros si el
país y la Iglesia caen en manos de quienes no tienen deseos fuertes y
santos! Durante el adviento hagamos
revisión de nuestros deseos.
3. Para despertarnos, para dinamizar y enderezar nuestros deseos la
liturgia de la Palabra durante el adviento nos propone sueños de lo imposible,
sueños de lo que no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas, sueños de la
belleza y plenitud de vida vividas en comunión con Dios. El profeta Isaías, voz por excelencia del
adviento, se dirige a los desterrados, oprimidos y abatidos de entonces y de
hoy: de lo viejo y aparentemente sin vida va a brotar algo nuevo (cf. Is 11,
1-9); en medio de la oscuridad brillará la luz y en medio de la guerra la paz
(cf. Is 9, 1-6); tendrá lugar el anhelado y feliz encuentro de todos los
pueblos (cf. Is 25, 6-10); el desierto se tornará paraíso, lo débil cobrará
fuerza, lo defectuoso alcanzará perfección (cf. Is 35, 1-10); un nuevo éxodo
tendrá lugar (cf. Is 40, 1-11) gracias a la Palabra de Dios que no puede
fracasar (cf. Is 55, 1-11).
4. Jesús inserta su venida y su Buena Nueva en la espera del Reino, la
expectativa más ardiente y movilizadora en su pueblo (cf. Mc 1, 15). Jesús evoca lo atractivo del Reino: es como
un tesoro escondido en el campo, como una perla fina (cf. Mt 13, 44-46); la
semilla del Reino crece por su propio dinamismo (cf. Mc 4, 26-29); tiene la
virtud de actuar como el fermento en la masa (cf. Mt 13, 33); su inicio y sus
apariencias pueden ser humildes, pero será un árbol frondoso con muchas moradas
(cf. Mt 13, 31-32). Los pobres y
humildes entienden los misterios del Reino (cf. Mt 5, 1-10 y 11, 25-27) y de
ellos será el banquete rechazado por otros invitados (cf. Lc 14, 15-24).
Jesús, devolviendo la salud a enfermos,
ofreciendo el perdón a pecadores, alimentando a hambrientos, defendiendo la
dignidad de niños y mujeres, hace experimentar el Reino como realización de
grandes anhelos y cumplimiento de esperas intensas.
5. Jesús permanece vivo en medio de nosotros. Siempre viene para que tengamos vida y vida
en abundancia (cf. Jn 10, 10). Su
pregunta a quiénes quieren ser sus discípulos siempre es la misma: “¿Qué
buscan?” (Jn 1, 38). Nuestros anhelos
más caros son las antenas más seguras para captar el llamado de Jesús, para
abrirnos a sus dones, acogerlos y volcarlos hacia “los gozos y las esperanzas,
las tristezas y angustias de nuestros contemporáneos” (GS 1).
En el Adviento Jesús viene tocando con
suavidad en nuestra puerta con los nudillos de su mano: “Mira que estoy a la
puerta y llamo: si uno me oye y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Si
estamos atentos, con las lámparas encendidas y con grandes deseos en el
corazón, podremos acoger a Jesús y celebrar Adviento.