miércoles, 11 de noviembre de 2015

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.


BIENAVENTURADOS
MIGUEL, Zbigniew Y SANDRO

Solo por la dinámica de las bienaventuranzas el martirio se convierte en una señal del Reino de Dios.  El Dios-con-nosotros, Jesucristo, anuncia y promete felicidad a sus seguidores, a los que como él y en él, en la vida y en la muerte, son pobres en el Espíritu.  Ni la pobreza, ni la mansedumbre, ni la aflicción, ni hambre o sed de la justicia,  ni la misericordia, ni la pureza de corazón, ni el trabajo por la paz, ni la persecución, ni el martirio dan la bienaventuranza sino en el horizonte de la esperanza que es Dios.  Solo así el martirio introduce en el corazón de Dios, en la asamblea de sus santos y es felicidad.

“El martirio con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a Él en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como el supremo don y la prueba mayor de la caridad.  Y si ese don se da a pocos, conviene que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (Lumen Gentium 42).

Nuevamente, “los ojos fijos en Jesús” (Hb 12,2), recordando actitudes centrales en la vida de nuestros mártires y agradeciendo nuestra condición de hijas e hijos de Dios, meditemos la siguiente bienaventuranza en Mateo 5,9.

Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.


En la biblia la entrañable palabra shalom alude a prosperidad y abundancia.  Desear shalom a una persona no es desearle todo lo mejor que pueda haberle en el mundo, sino desearle que llegue a ser todo aquello que está llamado a ser.

Sin embargo, en la biblia shalom no es un bien meramente individual; es un don para todo el pueblo.  Yo no puedo estar con paz, si los que me rodean carecen de paz.  Por eso insiste Isaías: “La paz es obra de la justicia” (Is 32,17).  De una manera muy hermosa lo señala el Salmo: “La justicia y la paz se besan” (Sal 85,11)


1.  La paz que trae Jesús

v  Al nacer Jesús, el Mesías, en Belén, los ángeles anuncian paz a los amados por Dios. –El mismo mensaje resuena cuando el rey de la paz, como preludio de su pasión y muerte, entra en Jerusalén con humildad y recusando medios poderosos y violentos.

v  Muchos gestos y dichos en los evangelios revelan a Jesús como amante de la paz: Aconseja un comportamiento interpersonal que favorece y restablece la paz.  Invita a perdonar siempre.  Manda amar al enemigo.  Comparte las alegrías sencillas de la vida en visitas a casa y comidas.  Desea la paz a la que ha recuperado la salud y a la pecadora perdonada. Enviando a sus discípulos a anunciar el reino, les pide llevar un saludo de paz.  Cuando por su anunciada partida la tristeza invade a los discípulos, Jesús promete  que su sacrificio será fuente de alegría y paz.  De hecho el saludo del resucitado a los suyos es: SHALOM. (Jn 20,19)

v  La paz que trae Jesús es distinta de la que da el mundo.  “La paz les dejo, mi paz les doy, no como la da el mundo” (Jn 14,27). –El anunciado en el templo por Simeón, como “signo de contradicción” (Lc 2,24) advierte a sus seguidores: “¿Piensan que he venido a traer paz a  la tierra? No, se lo aseguro, sino división” (Lc12,51). Seguir con fidelidad y coherencia a Jesús conlleva conflicto dentro de familias, vecindades y pueblos (Cf Mt110, 34-36). ¿Cómo extrañarnos de que Jesús suscitara en su tiempo- y -también en el nuestro- críticas y resistencias y de que sus opositores optaran por eliminarlo?


2.  La paz: tarea de misioneros

v  Al llegar a Santa y a Pariacoto, los misioneros Sandro, Miguel y Zbigniew, recibían un saludo y abrazo de paz en la manera de ser de mucha gente sencilla.  Se inició este dichoso intercambio de paz entre los pobres que confían y los que les anuncian buenas nuevas, celebran con ellos el don de la salvación y se juntan a ellos para hacer crecer la esperanza.

v  Dando sus primeros pasos en Santa y Pariacoto Sandro, Miguel y Zbigniew anticipan lo que el Papa Francisco recalca 22 años después de su muerte en la “Evangelii Gaudium”: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan…El sembrador cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña.  Cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas.  Encuentra la manera de que la palabra se encarne en una situación concreta y de frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados.  El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora” (EG 24).

v  Nuestros misioneros, con el curso del tiempo y profundizando en Iglesia su misión, perciben en los lugares que frecuentan y en el país “tensiones que conspiran contra la paz, … que la amenazan,… que expresan una situación de pecado, … que constituyen una negación de la paz tal como la entiende la tradición cristiana:  la paz, obra de la justicia, … un quehacer permanente, … fruto del amor… La paz con Dios es fundamento último de la paz interior y de la paz social.  Por lo mismo, allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz del Señor; más aún, un rechazo del Señor mismo” (Medellín –Paz).

Por fidelidad a nuestros mártires hay que continuar su trabajo por la paz que es transversal a todo nuestro quehacer pastoral.  A esto también compromete la beatificación. 


3.  “Les dio el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1, 12)


v  Jesús por su Pascua comparte con los que creen en él su condición de Hijo de Dios.  En todas las situaciones de nuestra vida somos llamados a acoger y vivir nuestra condición de hijas e hijos de Dios.

v  Con algunas frases del testamento espiritual del P.Christian-Marie Chergé, el superior de los siete monjes trapenses asesinados en 1996 en Argelia, honremos la memoria de nuestros mártires y pidamos fidelidad a nuestra vocación de “hacernos hijas e hijos de Dios”:  “Si un día me aconteciera  -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país.  Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esa muerte brutal.  Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda?, que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato.  Mi vida no vale más que otra.  Tampoco vale menos.  De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia.  He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas… En este “gracias”, en el que ya está dicho todo de mi vida, los incluyo a ustedes, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a ustedes, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir ese gracias y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo.  Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre Nuestro, Padre de ambos.  Amén. Inchalá”.

martes, 8 de septiembre de 2015

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados

BIENAVENTURADOS
MIGUEL, Zbigniew Y SANDRO


Las palabras siguientes del Documento de Aparecida nos dan el tenor para meditar las bienaventuranzas evangélicas: “En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida” (DA 139).  Estas mismas palabras nos devuelven la luz que iluminaba el caminar de nuestros mártires.

Entonces, “los ojos fijos en Jesús” (Hb 12,2), acompañando a nuestros misioneros mártires en su trabajo pastoral y proyectando nuestra conversión al reino, meditemos la cuarta bienaventuranza en Mt 5,6.



IV. Bienaventurados los que tienen hambre y sed
     de la justicia, porque ellos serán saciados

Los pueblos de la tierra han codificado su concepto de justicia en leyes y reconozcamos que la obediencia a estas leyes significaría un avance en humanización. Sin embargo, más de la mitad de la humanidad vive en extrema pobreza, guerras y violencias azotan a muchas regiones y en los lugares del globo donde se goza de bienestar, progreso y condiciones de vida favorables se extiende una preocupante y dolorosa pérdida en valores humanos.

Existe y se extiende el hambre y la sed por una justicia que los seres humanos no logramos alcanzar, que no logramos darnos, una justicia que habrá que recibir del que nos fundó en nuestro ser, nuestro Dios a quien podemos ver, escuchar y tocar en Cristo Jesús.



1.  Jesús con hambre y sed de la justicia

v  Jesús, desde niño, “vive en la casa de su Padre” (Lc 2,49), “crece en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y ante la gente” (Lc 2, 52).  Especialmente el evangelio de Lucas insiste en los hábitos de frecuentes y largos tiempos de oración de Jesús.  Jesús orando escruta el corazón del Padre hace suya su voluntad y la confronta con las vivencias de la gente.  La voluntad del que lo ha enviado es su misión (Jn 5,30), es su alimento (Jn 4,34) y su último deseo: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).  -  Y Jesús, en su oración que quiso que sea la nuestra, reza: “Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra”.  No hay bendición mayor que la realización de la voluntad del Padre.

v  Jesús invita a sus discípulos a “practicar una justicia superior a la de los escribas y fariseos para entrar en el reino de los cielos” (Mt 5 y 6): 

La ley dice: “No matarás”.  Jesús dice: “Ni siquiera enójate contra tu hermano ni lo insultes. Reconcíliate con él”.

La ley dice: “No jures en falso”.  Jesús dice: “Nunca jures.  Tu lenguaje sea sí o no”.

La ley dice: “Ojo por ojo, diente por diente”: Jesús aconseja no resistir al malvado y devolver bien por mal.

La ley dice: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”.  Jesús dice: “Amen a sus enemigos”.

Jesús sintetiza su pregón sobre la justicia que rige en el reino de los cielos diciendo: “Sean perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5,48).


v  En las parábolas del Hijo Pródigo (Lc 15, 11-32) y de los obreros de la viña (Mt 20, 1-16) Jesús hace saborear de una manera provocativa la justicia que brota del corazón de su Padre.  ¡Ay de nosotros si la bondad de nuestro Dios nos escandaliza!

v  A los sedientos de vino en Caná (Jn 2, 1-12), a la Samaritana con sed en el pozo de Jacob (Jn 4, 1-42), a los hambrientos de pan en Cafarnaún (Jn 6) Jesús anuncia la llegada de su hora, cuando de su corazón abierto en la cruz ofrece a la humanidad el agua viva y el pan de vida para que nunca tengan hambre ni sed y vivan y actúen en comunión con él y el Padre.  En la Eucaristía ya está realizada la plenitud y es el centro del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable” (Laudato Si).


2.  Misioneros en Santa y Pariacoto para satisfacer hambre y sed de la justicia

v  Nuestros misioneros mártires, por su presencia y su actuar pastoral, querían anunciar y hacer experimentar que Dios es bueno.  “Jesús hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre.  Por eso mismo el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores” (DA 147).

v  Querían celebrar con el pueblo el don de la salvación en los sacramentos y hacer amar a ese Dios que hace germinar la semilla, que está en la alegría de la cosecha, que bendice la familia  unida, que alivia pena y dolor, que convoca en comunidad, que perdona el pecado, que viene para que tengan vida en abundancia. 

v  Querían ser amigos de la gente, conseguir ayuda para que coman mejor, para que modernicen el trabajo en la chacra y que las escuelas ofrezcan buena educación.  Querían ayudar a que su pueblo, hombres y mujeres, conozcan y defiendan sus derechos y se hagan agentes de su propio desarrollo.

v  Quizás nunca tenían la oportunidad de expresar lo que anhelaba su corazón y lo que le pedía la justicia de Dios.  La muerte de estos misioneros, con voz poderosa, ha firmado y autentificado los quehaceres de su vida.  “El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guarda para la vida eterna” (Jn 12,25).


3.  Preparando la celebración de beatificación de nuestros mártires


v  Habrá que velar para que  nuestra oración, más asidua y más fecunda, sea la oportunidad para exponernos a la voluntad de nuestro Dios y conocer su justicia en nuestra vida y en el acontecer del mundo.

v  Aceptemos y amemos la condición de nuestra libertad: solo puede alumbrar algo bueno si obedece a la voluntad del que es nuestro bienPensemos y actuemos en comunión con Cristo: “En Él se manifiesta el rostro humano de Dios y el rostro divino del ser humano” (DA 107).

v  Nuestros mártires echaron su suerte entre los humildes de este mundo.  La esperanza de un mundo mejor y más humano brota de las filas de los pobres e insatisfechos, de las y de los que entienden los misterios del reino (Cf Mt 11, 25-30).


v  Si ahora alguien viene y me dice que esta meditación nada tiene que ver con la falta de justicia en el país, nada tiene que ver con la extensión de la corrupción, nada tiene que ver con la geolocalización de los criminales, nada tiene que ver con la contaminación de la Bahía El Ferrol y la inminente campaña electoral, entonces ese alguien no me ha entendido o no me he hecho entender.

martes, 21 de julio de 2015

Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados.

1.  Jesús entre los afligidos

Ø  Jesús vive en Nazareth de Galilea: un lugar privilegiado para fijarse en el llanto y la aflicción de muchos pobres en el país. El desamparo de ellos va llenando el corazón de Jesús y entra en su oración al Padre.

Ø  Al inaugurar su misión en la Sinagoga de Nazareth, Jesús lo hace con las palabras de Isaías (61,1-9) que señalan a los afligidos del país y les anuncian el consuelo de su Dios.

Ø  Encontramos la sensibilidad de Jesús frente a los afligidos, cuando pregunta al leproso o al ciego:”¿Qué quieres que haga por ti?”  Jesús se deja conmover por las lágrimas de la pecadora en casa del fariseo Simón (Lc 7,36-50). Se acerca a la madre desesperada por la muerte de su único hijo y le dice: “¡No llores!” (Lc 7,11-17).  Jesús mismo llora al compartir el dolor por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 1-44).  El Evangelio de Lucas no deja de mencionar que Jesús, al mirar la ciudad de Jerusalén, llora porque no quiere acoger lo que significa para ella la paz del Reino (Cf. Lc 19,41-44).

Ø  No dejemos de recordar que Jesús mismo quiere ser encontrado, reconocido y atendido en los afligidos de este mundo: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicieron” (Mt 25,40).


2.  Nuestros mártires en medio de los afligidos

Ø  Cuando Sandro en Santa y Miguel y Zbigniew en Pariacoto inician su misión, la Iglesia latinoamericana ya había celebrado sus encuentros de Medellín y Puebla, herramientas indispensables de un misionero.
       Encontramos en Puebla una evocación muy existencial de los afligidos en el subcontinente y se plasma de una manera lapidaria su significación teológica: un obispo peruano, Mons. Germán Schmitz, tuvo una intervención decisiva para que en Puebla y en las siguientes Conferencias  Generales, incluida la de Aparecida, se reconozca  en el rostro de los afligidos los rasgos, sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela (P. 27-50).

Ø  “La globalización hace emerger en nuestros pueblos nuevos rostros de pobres.  Con especial atención y continuidad con la Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los rostros de los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas,  víctimas de la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los mineros.  La Iglesia, con su Pastoral Social, debe dar acogida y acompañada a estas personas excluidas en los ámbitos que correspondan”. (DA 402)

Ø  Abundan testimonios que confirman que nuestros mártires se detenían frente a estos rostros sufrientes de Cristo.  Hacían regresar la alegría a ojos apagados. Comunicaban dignidad a vidas de mujeres  y hombres marginados.  Les hacían decir su palabra.  Les apoyaban en iniciativas sociales y educativas para que el futuro sea menos triste y menos pesado.  Acompañándoles les hacían experimentar el consuelo de Dios.

3.  Pastoral con consuelo


Ø  La pastoral no es para consolar, pero pastoral que no consuela, no es pastoral especialmente cuando se multiplican alrededor de nosotros los rostros de Cristo sufriente.

Ø  El Pastor y la pastora que consuelan, entran en la vida de la gente por la puerta. Son esperados y acogidos por los afligidos, porque vienen para consolar.  Se toman tiempo para escuchar largos relatos de desgracia, soportan sollozos y llanto, entienden enojo y resentimiento. 
¡Qué alegría, cuando la oveja se experimenta llamada por su nombre!  Esa  mujer maltratada y marginada renace, puede contar su historia, ser alguien.  Los ojos del niño triste vuelven a brillar.  El joven frustrado y desorientado nuevamente vuelve a soñar.  El anciano agradece la compañía.  El pecador se anima a cambiar.
El buen pastor, la buena pastora vienen para sacar del corral, para liberar, para abrir nuevos surcos y seguir a quien es camino, verdad y vida en abundancia.
El buen pastor, la buena pastora dan la vida por sus ovejas. Antes de ser matados, Sandro, Miguel y Zbigniew ya eran vidas entregadas, vidas que consuelan.

Ø       Me da vergüenza, tener que confesar que recién hoy me doy cuenta que en 2 Cor 1,3-7 San Pablo habla 10 veces de consuelo y consolar, del don y la tarea para una Iglesia samaritana en camino: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación.  Si somos atribulados, lo somos para el consuelo de ustedes, que les hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.  Es firme nuestra esperanza respecto de ustedes; pues sabemos que, como son solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo serán también en la consolación.”



Concluyendo tengamos presente que los días 9 y 25 de agosto celebramos el aniversario de la muerte de nuestros mártires Miguel, Zbigniew y Sandro.  También  honramos la fecha del 28 de agosto conmemorándose los 12 años  de la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).  ¡Bienvenidos nosotros si en estos días nos unimos al llanto de los muchos que extrañan a sus seres queridos arrebatados por la violencia!


No cabe duda que los que lloran en este mundo, aplastados y heridos por la desgracia, gozan de una autoridad que no tienen los perdidos en la superficialidad e indiferencia.  Nuestro Dios “ve la aflicción de su pueblo y escucha sus clamores y gemidos” (cf. Ex 3,7).  Él consuela a su pueblo.  Tenemos el derecho de decir lo que nos duele y el deber de consolar al que sufre.