domingo, 11 de diciembre de 2011

NAVIDAD CELEBRA “EL ROSTRO HUMANO DE DIOS Y EL ROSTRO DIVINO DEL SER HUMANO”

1. “Salió un edicto de César Augusto” (Lc 2, 1)

Jesús es un dato de nuestra realidad, un acontecimiento en nuestra historia. La Galilea desprestigiada y el caserío de Belén son lugares geográficos. El emperador Augusto y el gobernador de Siria, Quirino, son nombres de gobernantes conocidos. José y María no estarían en Belén, sino por acatamiento de una consigna política. Jesús, para nacer como uno de nosotros, se hizo latido invisible en el cuerpo de María de Nazareth. Sabiduría y medicina popular lo protegían durante el tiempo de su gestación. En un momento y un lugar no previstos se rompe la fuente y Jesús niño llora y se cobija en los brazos de su madre.


Con ocasión de Navidad, hagamos también el recuento de nuestro propio nacimiento, amemos sus circunstancias, reconciliémonos con sus deficiencias e integremos, como el Nazareno, los lugares y los momentos significativos de nuestra niñez en nuestra identidad.


2. “No había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7)

Nuestros “belenes” y “nacimientos” románticos se alejan de lo que era una cruda realidad, una situación de desesperación, una emergencia reservada para los más pobres de este mundo. Jesús nace como excluido, en un refugio para animales domésticos y su cuna es un pesebre.

Él comparte los sinsabores y las angustias de muchos emigrantes y apátridas. Sabe de las travesías inciertas por mares y selvas para sobrevivir. El número de excluidos aumenta en el mundo moderno. Así lo determinan las leyes del mercado y así lo permiten los efectos colaterales del progreso. La crisis económica y financiera llena las plazas del mundo con “indignados”.

Sorprendente la aparición del Dios-con-nosotros entre los excluidos. El Hijo de Dios ha escogido un ángulo preciso para entrar en la humanidad. Con razón el Papa Benedicto XVI dijo en Aparecida que la opción por los pobres es cristológica.


3. “Había en la misma comarca unos pastores” (Lc 2, 8)
No hay más pobres en el mundo que los pastores en la campiña de Belén. Ellos son indígenas indigentes. Excluidos de centros poblados y centros de cultura. Su profesión les hace impuros.

Cuando nace Jesús en un ambiente que les es familiar, la noche mala de los pastores cambia en Noche Buena. El canto de los ángeles y el anuncio de la Buena Nueva transfiguran sus frustraciones, les levantan del suelo y les ponen en marcha al encuentro del Salvador acostado en el pesebre. Frente al niño, los pastores rompen con una modalidad impuesta a los pobres de este mundo: dejan de callarse, toman la palabra, cuentan su experiencia. Logran maravillar a los que les escuchan. María, figura de la Iglesia, guarda en su corazón lo que cuentan los pastores, los pobres. No puede haber Iglesia de Cristo que no escuche a los pobres.

Los pastores regresan a su campamento alabando a Dios. La Buena Nueva les ha transformado. Ellos mismos ahora son buena nueva.


4. Unos magos de Oriente vieron la estrella (cf Mt 2, 1-12)
El nacimiento de Jesús en Belén no solo es un don para el pueblo elegido. Su venida concierne y atrae a todos los pueblos. Su llegada al mundo pone en marcha a muchos hacia él.

Apreciemos a estos buscadores del Salvador en todos los pueblos y mantengámonos siempre en sus filas. No pretendamos nunca haber llegado a la meta o haber encontrado lo buscado. Como buscadores de Dios amemos las dificultades del camino, los largos trechos sin ver la estrella, las dolorosas equivocaciones, las largas horas de desaliento, el tener que empezar de nuevo todos los días. Las insinuaciones susurradas por el sentido común y la perfidia de Herodes no prevalecerán sobre el oro de nuestro amor, el incienso de nuestra nostalgia y la mirra de los sufrimientos inherentes al servicio del reino.


5. “Volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazareth” (Lc 2, 39)
“El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lc 2, 40). Crecer, entender, percibir y madurar una vocación toma tiempo. Durante los largos años en Nazareth Jesús se hace aprendiz de la vida en su belleza y fragilidad en los seres humanos y en la naturaleza. Insertándose en el mundo de los pobres, Jesús se inserta también en el amor y la voluntad del Padre. Solo así puede preparar su discurso en la sinagoga de Nazareth: “El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.”