“Yahvé hablaba con Moisés cara a cara
como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11)
Antes de
iniciar solemnemente el año de la fe, queremos fijarnos en algunos modelos de
fe. Entre los testigos preclaros de la
fe en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos figura, de una manera destacada,
Moisés. “No había vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé
trataba cara a cara” (Dt 34, 10).
Solo tenemos
espacio para evocar algunos rasgos de este hombre de fe capaz de iluminar a
discípulos y misioneros de Jesucristo hoy.
1. Siempre fiel a sus orígenes
Al
nacer, era un israelita condenado a muerte.
Tuvo suerte y fue “salvado de las aguas” por la hija del Faraón. Gozaba de seguridad, recibía buena educación
y tenía un futuro promisor. Sin embargo,
no se olvidaba de sus paisanos explotados y humillados. Quería vincular su existencia personal con la de su pueblo (cf.
Ex 2, 11-16).
Esta
solidaridad decidida y entrañable de Moisés con su pueblo marca su vida de fe,
su relación con Dios y lo convierte en poderoso intercesor a favor del pueblo
en situaciones de sufrimiento o infidelidad.
Esta fidelidad de Moisés al tronco que lo engendró es una respuesta al
amor preferencial de Dios por su pueblo.
Si Israel existe, es porque Yahvé lo ha elegido, lo ha llamado, lo ha
liberado, se ha hecho su aliado, lo ha formado como se forma una criatura en el
seno de su madre (Is 44, 2. 24).
Durante
el año de la fe hagamos revisión de nuestro amor por el pueblo de Dios agitado
por tantos conflictos. Aprendamos de la
pasión de Moisés por su pueblo.
2. Atento y obediente a la manifestación de Dios
Le es difícil a Moisés, contentarse con la vida
sosiega y pastoril en Madián. Anda por
el desierto esperando que se precise la voluntad de Dios sobre su vida (cf Ex
3, 1-12).
Una zarza que arde sin consumirse saca a Moisés de lo
acostumbrado. Fascinado se acerca. Una voz lo llama por su nombre. Moisés obedece a la vocación y responde:
“Aquí estoy”. Tiene que quitarse las
sandalias, porque pisa suelo sagrado. Le
envuelve el misterio del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, los fundadores de su
pueblo. Ese Dios que tú no puedes ver
con tus ojos ni escuchar con tus oídos, ve la aflicción de su pueblo y escucha
sus gemidos. Baja para liberarlo de la
esclavitud y para subirlo a una tierra que mana leche y miel. Moisés se resiste a ser el conductor de esta
epopeya de liberación. “Yo estaré
contigo” es la respuesta de Dios a los
miedos y a las dudas de quienes son llamados ayer y hoy.
Un día (cf Ex 33, 18-23), después de una conversación
bien amistosa con el Señor, Moisés se atreve a rogarle: “Déjame ver tu
gloria”. Yahvé, el que es y da el ser,
el que vive y hace vivir, le concede a Moisés verlo de espaldas por un hueco en
la roca.
Ver a Dios de una manera refractada en una nube, en
medio de humo y fuego en el Sinai, de espalda, era suficiente para que el
rostro de Moisés refleje la comunión con su Dios (Ex 34, 29-35), para que venza
su propia falta de fe, para que mantenga y reanime la fe de su pueblo.
Pues, en este año de la fe, por el “hueco en la roca”
veamos señales de la presencia de Dios y de su reino. Las hay.
Dejemos de ser creyentes sin fe y videntes intolerantes. Cantemos: “Si tuvieras fe como un grano de
mostaza…”
3. Un intercesor con fe
De una manera impactante Ex 17, 8-16 describe la
oración de Moisés que asegura la victoria de Israel sobre el enemigo. Requería la ayuda de otros para mantener
alzados sus brazos. – Durante el año de
la fe ayudémonos mutuamente a mantener levantados brazos y manos para orar;
conflictos alarmantes en el seno de nuestro pueblo y comportamientos poco
evangélicos en la vida de nuestra Iglesia nos desafían.
Más de una vez Moisés intercede y obtiene de Dios el
perdón de los pecados de su pueblo (cf Ex 32, 11-14; Num 14, 13-20; 21, 4-9). Al decir: “Perdona su pecado o bórrame de tu
libro” (Ex 32, 32), Moisés evoca rasgos del servidor sufriente, que carga con
el pecado del pueblo, y anuncia la venida del “nuevo Moisés”, Cristo, el
mediador de la alianza nueva y definitiva.
Moisés acompañará a Jesús en el monte de la transfiguración.
La oración de intercesión brota de un gran amor a Dios
y a su pueblo y a su Iglesia.
Antes de morir, Moisés pudo ver en el monte Nebo la
tierra prometida y conocer la alegría del pueblo que toma posesión de la
misma. Antes, Moisés le había dicho:
“Pongo hoy por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante
vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu
descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él;
pues en ello está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras
habites en la tierra que Yahvé juró dar a tus padres Abraham, Isaac Jacob” (Dt 30, 19-20)