sábado, 8 de septiembre de 2012

cara a cara como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11)


“Yahvé hablaba con Moisés cara a cara
como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11)

Antes de iniciar solemnemente el año de la fe, queremos fijarnos en algunos modelos de fe.  Entre los testigos preclaros de la fe en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos figura, de una manera destacada, Moisés. “No había vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a cara” (Dt 34, 10).

Solo tenemos espacio para evocar algunos rasgos de este hombre de fe capaz de iluminar a discípulos y misioneros de Jesucristo hoy.

1.   Siempre fiel a sus orígenes

Al nacer, era un israelita condenado a muerte.  Tuvo suerte y fue “salvado de las aguas” por la hija del Faraón.  Gozaba de seguridad, recibía buena educación y tenía un futuro promisor.  Sin embargo, no se olvidaba de sus paisanos explotados y humillados.  Quería vincular su  existencia personal con la de su pueblo (cf. Ex 2, 11-16).

Esta solidaridad decidida y entrañable de Moisés con su pueblo marca su vida de fe, su relación con Dios y lo convierte en poderoso intercesor a favor del pueblo en situaciones de sufrimiento o infidelidad.  Esta fidelidad de Moisés al tronco que lo engendró es una respuesta al amor preferencial de Dios por su pueblo.  Si Israel existe, es porque Yahvé lo ha elegido, lo ha llamado, lo ha liberado, se ha hecho su aliado, lo ha formado como se forma una criatura en el seno de su madre (Is 44, 2. 24).

Durante el año de la fe hagamos revisión de nuestro amor por el pueblo de Dios agitado por tantos conflictos.  Aprendamos de la pasión de Moisés por su pueblo.

2.   Atento y obediente a la manifestación de Dios

Le es difícil a Moisés, contentarse con la vida sosiega y pastoril en Madián.  Anda por el desierto esperando que se precise la voluntad de Dios sobre su vida (cf Ex 3, 1-12).

Una zarza que arde sin consumirse saca a Moisés de lo acostumbrado.  Fascinado se acerca.  Una voz lo llama por su nombre.  Moisés obedece a la vocación y responde: “Aquí estoy”.  Tiene que quitarse las sandalias, porque pisa suelo sagrado.  Le envuelve el misterio del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, los fundadores de su pueblo.  Ese Dios que tú no puedes ver con tus ojos ni escuchar con tus oídos, ve la aflicción de su pueblo y escucha sus gemidos.  Baja para liberarlo de la esclavitud y para subirlo a una tierra que mana leche y miel.  Moisés se resiste a ser el conductor de esta epopeya de liberación.  “Yo estaré contigo”  es la respuesta de Dios a los miedos y a las dudas de quienes son llamados ayer y hoy.

Un día (cf Ex 33, 18-23), después de una conversación bien amistosa con el Señor, Moisés se atreve a rogarle: “Déjame ver tu gloria”.  Yahvé, el que es y da el ser, el que vive y hace vivir, le concede a Moisés verlo de espaldas por un hueco en la roca. 

Ver a Dios de una manera refractada en una nube, en medio de humo y fuego en el Sinai, de espalda, era suficiente para que el rostro de Moisés refleje la comunión con su Dios (Ex 34, 29-35), para que venza su propia falta de fe, para que mantenga y reanime la fe de su pueblo.

Pues, en este año de la fe, por el “hueco en la roca” veamos señales de la presencia de Dios y de su reino.  Las hay.  Dejemos de ser creyentes sin fe y videntes intolerantes.  Cantemos: “Si tuvieras fe como un grano de mostaza…”


3.   Un intercesor con fe

De una manera impactante Ex 17, 8-16 describe la oración de Moisés que asegura la victoria de Israel sobre el enemigo.  Requería la ayuda de otros para mantener alzados sus brazos.  – Durante el año de la fe ayudémonos mutuamente a mantener levantados brazos y manos para orar; conflictos alarmantes en el seno de nuestro pueblo y comportamientos poco evangélicos en la vida de nuestra Iglesia nos desafían.

Más de una vez Moisés intercede y obtiene de Dios el perdón de los pecados de su pueblo (cf Ex 32, 11-14; Num 14, 13-20; 21, 4-9).  Al decir: “Perdona su pecado o bórrame de tu libro” (Ex 32, 32), Moisés evoca rasgos del servidor sufriente, que carga con el pecado del pueblo, y anuncia la venida del “nuevo Moisés”, Cristo, el mediador de la alianza nueva y definitiva.  Moisés acompañará a Jesús en el monte de la transfiguración.

La oración de intercesión brota de un gran amor a Dios y a su pueblo y a su Iglesia.

Antes de morir, Moisés pudo ver en el monte Nebo la tierra prometida y conocer la alegría del pueblo que toma posesión de la misma.  Antes, Moisés le había dicho: “Pongo hoy por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en ello está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahvé juró dar a tus padres Abraham, Isaac  Jacob” (Dt 30, 19-20)