viernes, 25 de noviembre de 2016

“Tus ojos me miran siempre y yo vivo de tu mirada”

Encontré el título en una oración de Romano Guardini.  Me sirve para decir lo que quiero decir: debemos mirarnos a nosotros mismos con misericordia; sí, tener compasión de nosotros mismos.
1. Es más que probable que las y los que hemos vivido regular tiempo, hemos pasado por trechos de vida complicados y experiencias desconcertantes.  Cada una y cada uno sabe de las realidades que, con culpa o sin culpa personal, permanecen como sombras que nos impiden amarnos a nosotros mismos. Estas sombras que marcan nuestra historia, que nos dividen, que nos quiebran, que duelen y no nos dejan caminar con viento en popa.

2. El mártir y teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, en la cárcel, compone ese maravilloso y dramático testimonio del ser humano preguntándose:
    
                                   “¿Quién soy?

     ¿Quién soy? Me dicen a menudo
     que salgo de mi celda
     sereno, risueño y firme,
     como un noble de su palacio.

     ¿Quién soy? Me dicen a menudo
     que hablo con los carceleros
     libre, amistosa y francamente,
     como si mandase yo.

     ¿Quién soy? Me dicen también
     que soporto los días de infortunio
     con indiferencia, sonrisa y orgullo,
     como alguien acostumbrado a vencer.

     ¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
     ¿O bien solo soy lo que yo mismo sé de mí?
     intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
     esforzándome por poder respirar, como si alguien
     me oprimiese la garganta,
     hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
     sediento de buenas palabras y de proximidad humana,
     temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,
     agitado por la espera de grandes cosas,
     impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
     cansado y vacío para orar, pensar y crear,
     agotado y dispuesto a decir adiós a todo.
     ¿Quién soy? ¿Este o aquél?
     ¿Soy hoy este, mañana otro?
     ¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,
     y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?

     ¿O bien, lo que aún queda en mí semeja el ejército batido
     que se retira desordenado ante la victoria que tenía segura?
     ¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí. 
     Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, oh Dios.
    
3. Es impactante el grito de Pablo en Rm 7,14-25: “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco…no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”.  Se confrontan dolorosamente en Pablo la bondad de la ley de Dios y el poder del pecado: “Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí”.  Desde esta “tirantez” fundamental en cada ser humano Pablo anhela ser revestido de la justicia que gratuitamente le ofrece Cristo, su Salvador.  “Allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia” (Rm 5,20).

4. Jesús “viene a buscar y salvar lo perdido” (Lc 19,10).  Viene para que “tengamos vida y vida en abundancia” (Cf Jn 10,10).  Libera a María de Magdala de sus siete demonios que la hostigan y amenazan su libertad (Cf Mc 16,9).  Jesús toma la iniciativa de ir al encuentro del Leví (Cf Mt 9,9-13) y de Zaqueo (Cf Lc 19,1-10) que lo esperaban y buscaban para levantarse y ser ellos mismos.  Jesús se acerca al temido enfermo de Gerasa y lo libera de sus tormentos (Cf Mc 5,1-20).  Jesús mantiene la amistad al discípulo Pedro sacudido por conocidas incoherencias.  Los “milagros” de Jesús en los Evangelios, más que “signos y prodigios” son manifestaciones de la misericordia de nuestro Dios. “Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de la regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con generosidad por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuéramos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna”.  (Tt 3,4-7).

5. La vivencia de la fe en Cristo nos ofrece poderosas razones para integrar nuestras sombras en la luz de la misericordia que nos ilumina hoy y ahora.  Con humildad amémonos a nosotros mismos a pesar de los moretones, visibles e invisibles, que golpes, maltratos, caídas y errores han dejado en nosotros.  ¡Amémonos humildemente como nuestro Dios nos ama y porque Él nos ama!

     Todo mi pasado, lo que he padecido, lo que he hecho y omitido de hacer, permanece en la actualidad de mi vida. Mi respuesta generosa a la gracia del Señor hoy purifica y redime las sombras en mi pasado.

6. “Gratuitamente han recibido; ¡den también gratuitamente!” (Mt 10,8).   Una vida bañada en la misericordia de nuestro Dios se verificará en lo ordinario de la vida cotidiana, optará por la ecología integral que nos propone el Papa Francisco: “Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo… El amor lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir  un mundo mejor” (Laudato Si´).

7. Un cuento para terminar: Un peregrino, en pleno sol, camina por la plaza pública.  Derrepente se fija en la sombra que echa su persona y no deja de acompañarlo.  Como nunca se asusta. Empieza a correr para escaparse de su sombra. No logra liberarse de su sombra. Corre hasta derrumbarse exhausto y muerto en el suelo.

     ¿Qué hubiera debido hacer nuestro peregrino? Descansar en la sombra de un árbol frondoso. Descansar en las sombra de la Cruz de Cristo que absorbe y diluye tu sombra.
    

     Y ya que me viene a la mente la frase de un personaje en una obra de Paul Claudel, la comparto con ustedes: “Soy la promesa que no puedo cumplir”.

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